Tres días después de salir de España, por fin Diana, mi gran compañera de viaje y yo, llegamos a nuestro destino: la misión que las siervas de San José tienen en Chiriaco.
Es cierto que cualquier viaje, por largo que sea, empieza por un paso, y ese primer paso fue el que me hizo atravesar el umbral de mi cómodo y confortable hogar para dirigirme a coger el tren, primer medio de transporte para este largo recorrido.
Por fin me veía, una vez más, asomada a la ventanilla, alejándome kilómetro a kilómetro para despedirme de ese paisaje que desfilaba ante mi mirada dibujado de olivos, encinas, campos de cereales, almendros, viñedos, lomas salpicadas de esparto… yendo en busca de una naturaleza exuberante, llena de plantas, arbustos, flores, palmeras y árboles cuyos nombres aún desconozco.
Y los aeropuertos, esos “microcosmos” donde todas las nacionalidades se entrecruzan y se mezclan: primero el de Madrid, luego el de Lima y más tarde ese pequeño de Chiclayo donde ya los rostros son más oscuros y los rasgos nos recuerdan a los libros de historia en los que estudiábamos los pueblos incas.
Una vez en Chiclayo hicimos una parada necesaria después de las casi veinticuatro horas de viaje. Una tarde de visitas en la que nuestro improvisado guía, José Edward, nos llevó a visitar el impresionante Museo de las Tumbas Reales de Sipan, y el Museo Nacional de Sicán. Ambos guardan los tesoros de los hallazgos arqueológicos de importantes enterramientos, de una cultura muy alejada de la nuestra, pero con las mismas pretensiones de eternidad que pudieron tener los egipcios. La historia misma de la humanidad: señores poderosos que pretenden traspasar los umbrales de la muerte, alcanzar la inmortalidad y seguir manteniendo en otro mundo el poder que tuvieron en este, llevándose consigo los tesoros acumulados en su vida.
Pero lo importante es nuestro viaje, y a la mañana siguiente ya estábamos antes de las ocho en el “paradero” de autocares camino a Jaén, una población a la que llegaríamos ocho horas después, tras un largo e interminable viaje por una carretera llena de obstáculos.
Al alejarnos de la costa del Pacífico para adentrarnos en la zona de selva, tuvimos que atravesar una parte de los Andes de paisajes espectaculares cubiertos con una vegetación tan abundante que sólo se veía el color de la tierra en las zonas en las que se producen grandes deslizamientos de tierras que aparecen como heridas en las inmensas y escarpadas laderas. El autobús de dos pisos (nosotras íbamos en el de arriba, en los primeros asientos que ellos llaman panorámicos), se abría paso en una angosta carretera.
Esta carretera es una línea que pretende luchar contra la naturaleza abriendo un paso en las montañas, rompiendo la ladera para abrirse camino, pero la naturaleza reclama lo suyo y, en incontables ocasiones tuvimos que vadear zonas en las que, deslizamientos de piedras rompían la carretera y dejaba un estrecho paso por el que parecía que nuestro autobús no iba a caber.
Un tráfico incesante de camiones cargados de combustible, de madera… hace que el tránsito sea lento y pesado, con continuas señales de limitación de velocidad a treinta y cinco kilómetros por hora, de prohibido adelantar y de peligro que nadie respetaba.
A veces la carretera cortada detenía el tráfico y una cola de vehículos se veía forzado a esperar por tiempo indefinido que, en alguna ocasión llegó a superar los treinta minutos.
Los paisajes siempre espectaculares. Al subir hasta lo más alto de la cadena montañosa, de repente, en la cara que daba la espalda al océano, parajes desérticos, sin la vegetación que habíamos dejado atrás, cumbres altas que alternaban señales de tráfico de pendiente pronunciada, unas veces hacia arriba y otras hacia abajo.
Y ya, en un momento dado apareció el río, un hilo de agua al principio, que se iba haciendo más caudaloso a medida que avanzábamos para unirse más abajo a otros ríos que más tarde darían con sus aguas en el impresionante Amazonas que aquí aún no toma ese nombre.
Y ya, cerca de Jaén enormes campos de arroz de un verde fresco espectacular.
Una vez que llegamos a nuestra meta volante, con casi tres horas de retraso, nos esperaba el señor Chayo para conducirnos a Chiriaco, aún a tres horas y media de camino. Comí un “aguadito”, una especie de sopa hecha con los despojos del pollo, pero muy bien condimentada y reconfortante y de nuevo en marcha.
Al poco de empezar ese nuevo trayecto, anocheció, con lo que el paisaje con sus cumbres, sus verdes, sus bajadas y subidas, desapareció. Nuestro coche iba a una velocidad superior a la que marcaban las indicaciones, por una carretera sinuosa plagada de badenes por los que a veces bajaba el agua, que saltaba a los lados a nuestro paso como si de repente nos hubiéramos montado en una lancha.
Josefina Nieto, Chiriaco – Perú]
Me alegro que estéis en vuestro destino bien,disfrutarlo,nos hacéis vivirlo con los relatos que contais
Que belleza y que alegría para el corazón !!
Con todo lo que contáis, os sentimos más cerca.
Hola Josefina ,como veo ya estás en otra hermosa aventura y me alegro de q hayáis llegado bien .Y seguiré muy pendiente de todo lo q vayas escribiendo y disfruta y empápate de todo lo hermoso q hay en ese país y de esas gentes ,un beso muy grande ????????