Viaje a Estancia
El domingo 31 de julio por fin nos pusimos en camino a la región de Iloilo, concretamente a la ciudad de Estancia. Y digo por fin, porque allí nos esperaban los rostros y las historias de los beneficiarios de la campaña que hizo Taller de Solidaridad “Soñando un techo”.
¡¡Y qué bien puesto estuvo ese nombre por lo que más tarde os contaré!!
Para ir a cualquier sitio en avión hay que pagar el tributo de dedicar alrededor de tres horas para llegar al aeropuerto. Esta es una ciudad deshumanizada, el tráfico es tan denso y caótico que cualquier desplazamiento por las zonas más concurridas es una tortura. Una vez allí cogimos un avión que en hora y media nos llevó a Roxas y allí nos recogió un coche (más tarde nos enteramos que el alcalde lo había enviado). Una hora y media más de camino. En el recorrido ya nos dimos cuenta que estábamos en Filipinas, al alejarnos de la pupulosa Manila por fin nos habíamos encontrado con una vegetación exuberante, con árboles desconocidos en nuestras latitudes, flores y arbustos exóticos y un “bullir” humano por todas partes que no habíamos podido observar en la gran capital. Luego otra sorpresa más: al leer los carteles de direcciones de la carretera pude comprobar que había indicaciones a Pontevedra, Leganés, Guadix, San Rafael, Nueva Lucena, Numancia,…todo un muestrario de pueblos repetidos que nos recuerdan que los españoles anduvieron por aquí durante más de tres siglos.
Al llegar a Estancia, lo primero que observamos era que había desaparecido ese calor bochornoso que nos ha acompañado desde nuestro aterrizaje en Manila, sustituido por una templanza agradable que incluso a veces se convertía en una suave brisa que no habíamos disfrutado hasta entonces.
Animadas por esta sensación tan agradable y porque íbamos a conocer en persona a los beneficiarios, primero del proyecto “Soñando un Techo”, y luego del actual de emprendedores, “Construyendo Futuro”, tomamos posesión de nuestra nueva habitación y nos dispusimos a esperar la hora a la que Erlin los había citado a todos para que pudiéramos hablar con ellos.
Y por fin esa hora llegó; cuando entramos a la habitación en la que habíamos quedado un grupo de personas nos esperaban y después pudimos comprobar que tenían tantas ganas de conocernos como nosotras a ellos.
Uno a uno se fueron presentando. Casi todos hablan en tagalo, un dialecto filipino que en las zonas rurales y más desfavorecidas le gana la partida al inglés. Erlin traducía; ella es la que dirige, supervisa y lleva las cuentas de Taller de Solidaridad aquí. Pero antes de que llegara esa traducción ya los sentimientos afloraban no sólo porque en ese dialecto hay algunas palabras españolas, y porque escuchábamos repetida las palabras: Yolanda, , Taller de Solidaridad, Siervas de San José, Salamat (gracias) sino porque sus rostros hablaban más allá de sus palabras. Sus gestos, las manos que se llevaban al corazón, sus ojos y, en ocasiones, sus lágrimas nos hicieron comprender que no estaban allí para solicitar más cosas (aunque sean muchas las necesidades que siguen teniendo), sino para contarnos las historias de cómo el temible tifón Yolanda pasó por allí y los dejó sin casa y sin absolutamente nada. Y para agradecer la ayuda que les llegó desde España que les permitió poder volver a dormir y vivir bajo un techo.
Uno a uno fueron contando historias paralelas. Cambiaban datos como el número de hijos, los miembros de los que constaba cada familia, las edades, pero subyacía en todos la angustia y el vacío tras el devastador paso del tifón.
Al final pedí a Erlin que tradujera y les dijimos lo felices que estábamos por fin de conocerlos y les hablamos de cómo Taller de Solidaridad y todos los que componemos esta ong nos pusimos en marcha para recolectar dinero para sus casas; cómo gente sencilla y normal había dado su donativo para que aquel sueño pudiera hacerse realidad y les contamos que todos aquellos esfuerzos habían merecido la pena y que ahora ellos debían conocer que detrás de TdS hay muchas personas, muchos rostros y muchos corazones generosos que sufren con los que sufren y se alegran de poder ayudar a personas como las que en ese momento estaban reunidas en aquella oscura habitación.
Fue uno de los momentos más emotivos que he vivido (y soy afortunada por tener muchos en mi mochila). Cada persona se presentaba cuando tocaba su turno y, tras el nombre y la edad, toda una riada de miedos, desesperación, angustia, agradecimiento y esperanza, nuevas ilusiones y nuevos sueños, pero esos, os los contaré después de presentaros a los protagonistas en las siguientes fotos a la luz radiante de una tarde mágica y especial.
Muy emocionante lo que contais. Quiero compartirlo con el grupo o grupos que tanto colaboraron en este proyecto. Cuando hay resultados , nos motivamos mas. Gracias por la comunicacion y adelante. Vale la pena.