Hace muchos días que llegamos a Cuba y no hemos parado de hacer cosas y descubrir muchas sorpresas como me esperaban en este país.
Tal y como decía en mi anterior relato la llegada a Cuba fue un poco acelerada: por las despedidas, por el poco tiempo allá en España para hacerme a la idea de dónde venía, por lo que supone un viaje tan largo, por llegar de noche y sentirme acogida al mismo tiempo que abrumada por el encuentro con personas nuevas,… y como no, por la ignorancia de la realidad que aquí se vive el día a día y que, como ya os contaré, ha sobrepasado mis expectativas y me ha golpeado de una manera muy especial. Por todo esto siento como si no fuera yo quien ha venido al encuentro de Cuba, sino que hubiera sido la misma isla la que, de repente, como por arte de magia, hubiera llegado a mí, atropellándome y pasándome por encima como una apisonadora que ha roto mis esquemas, mis ideas y los pensamientos más o menos románticos que yo tenía de ella.
Aún a pesar de haber estudiado la historia y de “conocer” los principios de un régimen comunista, escuchar en primera persona los relatos de los cubanos que he tenido la suerte de conocer ha sido demoledor. Esa “decadencia” romántica de ciudades coloniales que tanto atrae a los turistas, se traduce(en un plano más profundo) en una realidad de falta, o de total ausencia de recursos para conservar y mantener ese patrimonio arquitectónico que tuvo que hacer de Cuba, uno de los lugares más prósperos y atractivos en su época de esplendor. Y aún siendo dura esta parte material, lo peor reside en la desesperanza de sus habitantes.
Cuando emprendemos un viaje de este tipo, una de las cosas que debemos traer claras es que tenemos que olvidarnos de la planificación y la organización casi matemática a la que estamos habituados en nuestra vida cotidiana el resto del año: sabemos en términos generales, dónde vamos a ir pero los cambios de planes son habituales y hay que dejarse llevar, a veces cargadas con nuestro equipaje sin saber adónde nos llevará cada día.
Una mañana intensa en La Habana, en la que tuvimos un pequeño contacto con la ciudad. Llevadas por Yaquelín en el coche de un lado a otro: ahora a recoger el pan a una panadería, ahora a la zona marginal del Cerro, donde se llevan a cabo proyectos en los que trabajan con mujeres y niños, más tarde a recoger unos encargos,…Calles, gentes, coches, parques, casas, edificios pasaban ante mis ojos en una sucesión de colores, gentes, monumentos y ruinas).
Después de comer salimos en una furgoneta hacia Santa Clara. Nuestro vehículo iba perfectamente aprovechado: personas, equipajes, paquetes de medicamentos, bloques congelados de algún tipo de carne, algún ventilador, cajas cerradas,…Por el camino se iban rellenando los pocos espacios que habían quedado libres con algunas paradas para comprar, en la misma carretera, algunos lotes de aguacates, mangos, queso,…todo ello vendido por hombres que se colocan a un lado de la carretera exhibiendo sus productos en la manos levantadas para que los conductores puedan verlos.
Todo el camino transcurrió por la “autovía”: tres carriles en cada sentido por los que conducir es un desafío. El tráfico no es muy denso pero la mayoría de los vehículos hace ya tiempo que se despidieron del orgullo que da ser nuevo y de su capacidad de transitar sin dejar tras de ellos una estela de humo negro que se cuela inevitablemente por las ventanillas de quienes los siguen. También es imprescindible que los conductores tengan la habilidad de esquivar los enormes baches diseminados en todo el recorrido.
Cuando llegamos a Santa Clara, Ana Elena y María Isabel nos estaban esperando con un sabroso helado y, lo mejor de todo, con un recibimiento entusiasta y cálido que siempre me da un poco de miedo ante la posibilidad de no estar “a la altura” de lo que se espera de nosotras. Poco tiempo tuvimos de descansar porque nos habíamos enterado durante el trayecto que nuestro camino no terminaba allí. Nuestro coche, después de descargar gran parte de su carga y de cambiarla por otros artículos, incluido el intento de llevar una gran lavadora que tuvo que quedarse para mejor ocasión, continuó su camino (que era también el nuestro) hasta el que iba ser nuestro destino en los siguientes cinco días: Jarahueca. Allí nos esperaban Consuelo y Midyala.
La primera es una salmantina fuerte e incansable. En nuestras conversaciones descubrí a una mujer con una fuerza tremenda, que salió en su juventud de España para ir como misionera a Argentina donde pasó muchos años trabajando en el norte del país con la población indígena. Cuando menos lo esperaba le pidieron desde la congregación que viniera a Cuba y, aquí está desarrollando una labor impagable. En los recorridos por el pueblo que tuve la oportunidad de hacer con ella comprobé que conoce cada una de las familias, la situación de los más desfavorecidos, los enfermos, a todos saludaba por sus nombres y para todos tenía una sonrisa y una palabra de aliento. Con ella llegué hasta el barrio de los ¨no alineados¨ que es una zona donde personas provenientes de oriente, de la zona de Santiago de Cuba, llegan aquí esperando encontrar una salida a su situación desesperada y asientan sus viviendas precarias sin ningún tipo de orden ni planificación urbanística. Y allí también entraba a las casas de mujeres solas y enfermas que la recibían siempre con alegría y agradecimiento. Consuelo es una misionera en el sentido más amplio y más profundo de la palabra, con un sentido del humor ácido y una sonrisa franca ante las adversidades y un valiente espíritu crítico ante las contradicciones de este país donde el tiempo parece que sigue un ritmo distinto al resto del mundo.
En aquella casa también está Midyala, a la que ya conocéis los que seguisteis mis relatos desde el Congo, hace ya cuatro años (blog personal). Fue gracias a ella, que entonces trabajaba como médico en la maternidad de Santa Bernardette, que tuve la suerte de poder colaborar junto con mi compañera Adriana en aquel lugar que tantas satisfacciones y vivencias nos proporcionó.
La suerte ha hecho que vuelva a encontrarla aquí, en su tierra, donde al fin está cerca de los suyos y donde también sus hermanas y sus compatriotas pueden disfrutar de esta mujer tan menuda por fuera como grande por dentro. En los días compartidos en Jarahueca he podido acompañarla a visitar a una anciana que agotaba los últimos momentos de su vida en una habitación pobre, sencilla pero aseada y he comprobado que su dulzura y su dedicación son tan grandes ante una vida que se despide como lo eran allí en el Congo ante las vidas que empezaban en cada parto. Nunca me cansaría de hablar con ella y de aprender de ella observando cómo actúa con nosotras, con sus hermanas, con los niños, con los ancianos, con los enfermos,…Midy es menuda y callada, seguramente en un intento de pasar desapercibida pero esa humildad en sus gestos, en sus palabras y en su mirada hacen que se vea grande y poderosa.
Lo que hicimos en Jarahueca está perfectamente descrito por mi compañera Diana en su entrada al blog Estrechando Lazos: Encuentro en Jarahueca.Yo sólo voy a añadir algunas reflexiones.
Jarahueca es un pueblo pequeño ¿O grande? Es difícil hacerse una idea más o menos exacta de su tamaño por lo “desorganizado” de sus calles. Tiene una especie de paseo, con una zona en el centro bajo la sombra de grandes flamboyanes con racimos de flores rojas. Bajo ellos, algunos bancos, una placa rememorando a alguien que dio un discurso allí mismo, un par de caballos “aparcados” junto a los carros de los que tiran que parecen formar parte del decorado porque todas las veces que pasé por allí estaban en el mismo sitio, rumiando una y otra vez ramas de paja amarillenta. Es la única calle asaltada; el resto del pueblo está salpicado de vez en cuando por pequeños trozos de asfalto que indican que alguna vez aquello fue una calle lisa y transitable. Pocos coches se aventuran a recorrer Jarahueca sorteando los “huecos” del piso que es como aquí llaman a los grandes socavones y grietas que ocupan el terreno entre una hilera y otra de casas. Los coches de caballos son los que transportan personas y algunas de las escasas mercancías que se ven por allí. Alguna que otra bicicleta y los restos de tractores herrumbrosos y viejos que una vez trabajaron los campos ahora baldíos y en un barbecho obligado y duradero.
Después de cinco días allí, de los que tres también compartimos con un grupo de adolescentes de las poblaciones cercanas y un cuarto día con voluntarios de Cáritas que trabajan en la zona, de nuevo hicimos nuestro equipaje y fuimos, bajo una gran tormenta que nos acompañó casi todo el recorrido, a Santa Clara. Llegó el momento de la despedida: en tan poco tiempo nos sentimos como en casa, perfectamente integradas en la vida de nuestras anfitrionas que, por todas partes por las que vamos, son capaces de crear ese clima acogedor que hace que el momento del adiós sea siempre duro; es difícil saber si nos volveremos a encontrar alguna vez pero tal vez la fortuna nos reúna de nuevo en cualquier parte del mundo. De cualquier forma, mi vida se va llenando cada día con los momentos vividos, los abrazos, las risas, las tristezas, la sorpresa, la indignación, los rostros, los paisajes,…y lo aprendido se va acumulando en alguna parte esperando la calma y el tiempo necesario me permitan procesarlo todo e incorporarlo a mi equipaje.
Josefina Nieto
Cuba 2018
Muy bien josefina,otra vez más nos hacer recorrer contigo esos rincones de ese maravilloso país
Y ser una más con la gente ,y entre las Siervas que hacen una gran labor allí donde estan
Gracias, Josefina, por saber mirar desde el corazón y enternecernos con tu relato. Aumentas con ellos nuestra apuesta por el Reino desde los valores de Nazaret.
Felicidades compañera, te esperamos con los brazos abiertos deseando de empezar a trabajar y dar voz a los que se quedaron en Cuba, nos espera muchas actividades de sensibilización aqui en nuestra tierra , un abrazo de tu comité.
Josefina me alegro que la experiencia te esté gustando y sobrepasando tus expectativas. Yo siempre he envidiado la labor de esas personas que sin pedir nada a cambio se entregan a los demás durante toda su vida, máximo cuando lo hacen en estas condiciones. Son un ejemplo de vida, tú viajas al lugar que te necesita cuando puedes, y decir que tenemos la vida cronometrada… Que gran realidad!!! Parecemos robot, un beso
Gracias Josefina por ser como eres y lo mucho q con tu ejemplo nos das a todos
Josefina sigue asi, q no te fallen las fuerzas para seguir ilusionando a tantas personas Sin esperanza e ilusion estariamos perdidos Bravo por ti y por todas las personas como tu Un fuerte abrazo y adelante !!!!!
Querida JOse:
Gracias por todo lo que compartes, gracias por todo lo vivido.
Aqui las estamos extañando a Diana y a ti un montón. Hasta mi sobrina Mónica de 7 años ayer me preguntó por ustedes. Realmente nos dejaron bellos recuerdos y huella con us paso por nuestras comunidades y realidad que nos rodea.
Gracias por ser, como decimos por aquí, todo terreno, porque realmente las dos se han metido a vivir nuestra vida a tope.
Gracias por tu sencibilidad, cariño y cercanía.
Gracias a las dos por su presencia entre nosotras.
Las queremos y esperamos!!!
María Isabel. SSJ. Cuba
Muchas gracias, Josefina, nos has posibilitado a nosotras entrar mas adentro en la vida y mision de las hermanas en Cuba. Yo recuerdo la entrega y la dedicacion que compartiste a nuestro pueblo…
Que sigas sembrando el amor y la esperanza a todas con quien compartes la vida.
Marcie