Voluntariado en Perú. Sobrevivir para aprender, aprender para vivir

LLevamos más de dos semanas en Checacupe. Empezamos a familiarizarnos con sus paisajes, con sus gentes, con su cultura y con su manera de entender la vida. Cada día nos acercamos a Wasi Nazaret y hablamos con las madres, los padres, los chicos y las chicas que llegan a los talleres y al comedor. Ayudamos en lo que podemos, intercambiamos bromas y palabras de cariño, pero hoy he dado un paso más en mi relación con este pueblo. Hoy he empezado a admirar a gran parte de su gente.

El día ha comenzado aún más pronto de lo normal. A las cinco de la mañana había que estar en pie, porque a las seis y media salíamos a visitar algunas de las comunidades más alejadas de Checacupe. Pueblos perdidos en montañas de más de 4.500 metros de altitud, que impresionan tanto por su belleza como por la dureza de su climatología. Ya solo el hecho de llegar hasta allí es toda una aventura. William, el chico que les hace de chófer a las hermanas, nos lleva en la camioneta de las Siervas por caminos angostos de tierra y piedra, con curvas y precipios no aptos para aquellos que sufran de vértigo. Pero el paisaje es tan espectacular que no puedo dejar de admirar sus colores, la gracia de las alpacas que se cruzan en nuestro recorrido y la piel curtida por el viento de las pocas personas que nos encontramos.

La primera parada la hacemos en Palccoyo. Casas esparcidas por la montaña configuran esta comunidad (lo que para nosotros sería un pueblo, uno de los 14 que constituyen el distrito de Checacupe). Aquí, a diferencia del resto de comunidades, cuentan con un colegio de secundaria en el que estudian 37 alumnos. Las distancias son tan largas que no podrían bajar y subir todos los días. Pero la educación que reciben tiene sus limitaciones. No cuentan con jornada completa, algunos profesores se desplazan desde otras zonas, por lo que en muchas ocasiones llegan tarde o se van demasiado pronto. Por eso, aquellos que pueden permitirse acceder a una educación de mayor calidad bajan a Checacupe y se quedan toda la semana en el pueblo, ya sea con algún familiar o solos en pequeñas habitaciones alquiladas y regresan a sus casas el fin de semana.

En ocasiones, las hermanas se acercan a dar charlas de sensibilización, porque la situación de estos jóvenes es realmente complicada. El director del colegio nos comentó los problemas que tienen de absentismo escolar y de la falta de visión de futuro de los chicos y chicas del pueblo. Muchos solo aspiran a tener hijos y casarse pronto, lo que no les permite seguir sus estudios y mejorar su realidad. Así que, después de quedar en acercarnos este jueves para dar un taller de proyecto de vida y sexualidad a los estudiantes, seguimos camino.

Llegamos a Pampalahua, una población compuesta por unas 15 familias, y en la que cuentan con un colegio de primaria al que acude una profesora una vez a la semana. A partir de los 9 años, los estudiantes tienen que bajar y subir todos los días andando a Checacupe para asistir a clase. Más de una hora de camino por las laderas de las montañas, llueva, nieve, caliente el solo o amanezca con tanta niebla que no puedan ver ni sus propios pies. Algunos tan solo con una infusión en el cuerpo, pero todos, sorprendentemente, con una sonrisa. Quieren estudiar y para ello asumen el esfuerzo y el sacrificio que conlleva.

Nuestro último destino del día es Ccañoccota. De nuevo encontramos una población diseminada por la montaña, con un colegio de primaria para tan solo tres estudiantes. El resto de alumnos bajan a Checacupe, como sus compañeros de las demás comunidades.

Faltaría a la verdad si dijera que todos quieren estudiar, que la mayoría son responsables o que a ninguno se le olvida hacer sus deberes. Pero solo el esfuerzo que hacen para llegar cada día a clase merece un reconocimiento.

Luego están aquellos que, además de venir, aprovechan el tiempo. Jóvenes que sueñan con llegar a la universidad, con tener una profesión, con labrarse un futuro y con que su voz sea escuchada. Esos son los que te acaban dejando huella.

No creo que ni Mª Carmen ni yo podamos olvidarnos de Kevin, de Allison, de Katty, de Judy… Darles clase ha sido toda una experiencia y un gran aprendizaje. Mi compañera demostró sus artes culinarias en la clase que les dio de cocina. Su empanada gallega y sus rosquillas volvieron locos a los chicos, pero lo que realmente les conquistó fue su alegría, su cariño, su fuerza y esa manera tan optimista y desenfadada de ver la vida, que acaba contagiando a todo el que la rodea. No hay palabras para describir el lujo que supone que esta maravillosa gallega haya llegado a nuestras vidas.

En lo que a mí se refiere, también he tenido la posibilidad de compartir horas de clase con algunos chicos y chicas. Las hermanas me propusieron dar un taller de radio aprovechando los años que llevo trabajando como periodista, y, aunque al principio medio respeto y algo de reparo, porque es algo que nunca había hecho, debo confesar que es una de las mejores experiencias que he tenido dentro de mi profesión. Me ha sorprendido ver la ilusión con la que llegaban, la atención que prestaban, las ganas de aprender y de hacer oír su voz. Tanto es así que, si todo va bien, el próximo sábado este espectacular grupo empezará su propio programa de radio en una de las emisoras locales de Checacupe. Pero esta es otra historia, que tendrá su propio capítulo.

Yolanda Lojo
Checacupe-Perú
22-8-2018 a 22-9-2018

5 comentarios en “Voluntariado en Perú. Sobrevivir para aprender, aprender para vivir”

  1. Un placer leerteYolanda. Estupendo relato. Me has hecho querer a todos los que mencionas con tanta sensibilidad y cariño. Con ganas de verte y con ganas de que nos cuentes más! Un beso enorme.

  2. Estimada Yolanda. Me encanta la progresión de tus textos. Este en concreto me ha entusiasmado. Por lAs fotos y por cómo lo cuentas, por lo que y cómo lo transmites. Gracias por llevarnos contigo y enhorabuena.

  3. Emocionante la fuerza de esta gente para sobrevivir y qué bueno tener a quien con palabras certeras y admiradas visibiliza con tanto realismo y respeto esa energía de nuestra gente del Ande.
    Gracias Yolanda

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