Cincuenta años alimentado sueños

Chiriaco. Cincuenta años alimentado sueños

Llegar a Taller de Solidaridad y formar parte de esa gran familia es como abrir una puerta inmensa por la que se empieza a colar en nuestras vidas todo un mundo de sueños, valores, proyectos, lugares, rostros, nombres,… Es descubrir y conocer, sobre todo, a mujeres (algunos hombres también) fantásticas que tienen en el Trabajo la forma de dignificar a las personas, con una Fe inquebrantable y poniendo siempre Amor en cada uno de los actos de su vida. Es escuchar nombres de lugares que, en ocasiones ni sabíamos que existían, y empezar a soñar con ellos, a trabajar por y para ellos, aún sin ni siquiera haberlos visto.

Así es como oí hablar por primera vez de Chiriaco. Era ese lugar recóndito al norte de Perú al que las primeras Siervas llegaron tras un larguísimo viaje en barco o en avión, en bus, en colectivo,…y, por fin, en canoa. Chiraco sonaba a selva, a lugar perdido entre la exuberante vegetación, a ríos que dan la vida pero también se la llevan a veces, a misterio,…

Pero de las manos de TdS, especialista en cumplir sueños y de las Siervas de San José, (esas admirables embajadoras del trabajo, la fe y el amor), lo que era una quimera se hizo realidad el verano del 2017 cuando mi compañera Diana y yo, cargando con nuestras mochilas conseguimos llegar después de un viaje, sin duda mucho más cómodo que aquellos que hicieron las primeras mujeres que llegaron, pero que aún hoy en día es largo y cansado, a las orillas del río Chiriaco.

A primeros de julio, de noche, bajando la empinada cuesta que lleva al embarcadero, un poco perdidas y completamente desorientadas pero con la ilusión a flor de piel, montamos en la canoa, escuchando solo el monótono sonido del pequeño motor y el rumor del agua en su incesante movimiento hacia el gran Amazonas. Era como estar atravesando una puerta invisible que nos llevaría por fin a ese “legendario” lugar tan desconocido como deseado. Al otro lado del río la oscilante luz de una linterna, unos brazos que se agitaban y una palabra: ¡Bienvenidas!…Y el sueño, se hizo realidad.

El amanecer en Chiriaco disipa todas las sombras y los posibles temores. La luz va tomando fuerza en la Misión y aparecen árboles majestuosos, plantas y flores de todo tipo, un estanque del que empiezan a salir patos que lo recorren todo con su andar tranquilo y oscilante, mariposas de colores brillantes, libélulas, insectos, bandadas de pájaros ruidosos,…y el mayor tesoro de todos los que allí encontré: ellas, las niñas y las siervas que tienen en la misión de Chiriaco su hogar.

En unos días fuimos aprendiendo la historia del lugar: cómo los Jesuitas fueron los primeros en llegar allí y se instalaron en una pequeña llanura que se forma en una curva del río, frente al pueblo que entonces no era más de un puñado de casitas.

Durante los primeros años realizaron las primeras construcciones, con esa arquitectura perfectamente integrada en el lugar. Una capilla que, cuando estás dentro de ella no sabes muy bien si te encuentras (como un moderno Jonás) en el estómago de una ballena o en el casco de un barco antiguo pero que, de cualquier modo, te acoge y te protege. Tras algunas crecidas del río, que se llevó parte de lo construido, decidieron irse río abajo, a Yamakensa, y fueron entonces ellas las que se quedaron con el testigo. Desde entonces (ya cincuenta años) miles de niñas indígenas han pasado por allí, y han podido recibir cultura, educación, valores, cuidados y mucho, mucho cariño. Han ido creciendo día tras día en el respeto y el reconocimiento de su propia esencia indígena, de su lengua y de sus tradiciones.

Durante este medio siglo son muchos los sueños que se han se han alimentado allí. Dentro de varias generaciones de niñas ha anidado ese carisma, que no es otro que el de formar mujeres que sean capaces de mover el mundo. Que estén capacitadas para soñar y materializar proyectos de crecimiento personal enriqueciendo así sus vidas y las de las personas que las rodean. Y todo esto lo han hecho ellas, las Siervas de San José, con una laboriosidad infatigable, con una alegría desbordante, con risas,…de esa forma tan impecable, discreta y sencilla que sólo tienen los GRANDES.

He tenido la suerte de poder viajar bastante; no son muchos, pero hay lugares en los que me hubiera quedado; otros que se han quedado en mí. Chiriaco es el único que reúne ambas cosas. Ojalá un día, vuelva a tener la fortuna de volver a cumplir mis sueños y mis ojos vean amanecer en La Misión.

Dedicado a Elvira, Asunta, Teresa, Rogelia y Aurora, y a todas las que les antecedieron en estos cincuenta años y a las que aún vendrán a continuar el trabajo
 

 
Josefina Nieto. Voluntaria de Taller de Solidaridad