El empoderamiento de las mujeres como elemento clave para la seguridad alimentaria

Los días 15 y 16 de octubre se han celebrado el Día Internacional de las Mujeres Rurales y el Día Mundial de la Alimentación respectivamente. Son dos celebraciones que deberían estar estrechamente unidas ya que las mujeres rurales producen cerca del 50% de la alimentación mundial y son claves en la lucha contra el hambre. Desde Taller de Solidaridad, reconociendo el importante rol que juegan las mujeres en la lucha contra el hambre, estamos desarrollando diferentes iniciativas en distintos países, que van dirigidas a impulsar, empoderar y mejorar las condiciones de las mujeres rurales, con el fin de contribuir a la plena realización del derecho a una alimentación adecuada, en el marco del ODS 2.

Las mujeres son las responsables de cerca del 50% de la producción de alimentos a nivel mundial, especialmente a nivel familiar, pero constituyen un sector de población especialmente vulnerable a la inseguridad alimentaria. La FAO, en su informe sobre “El Estado de la Inseguridad Alimentaria en el mundo” de 2018, cifró el número de personas subnutridas en 815 millones, de las cuales se calcula que el 60% son mujeres. Asimismo, no siendo reconocidas en su papel de productoras de alimentos, se enfrentan a restricciones y actitudes que conllevan a subvalorar su trabajo y responsabilidad, discriminarlas y menguar su participación en las políticas y tomas de decisiones relativas a la lucha contra el hambre y la desnutrición. Además, por lo general, en estas políticas y programas de seguridad alimentaria se las ha visto más como instrumentos para llegar a las familias pobres que como sujetos de derechos, obviándose el papel fundamental que ocupan en la seguridad alimentaria de las familias.

Ceguera de género e invisibilidad de la contribución de las mujeres a la seguridad alimentaria
A pesar del crecimiento de datos desglosados por sexo y de estudios sobre el papel de las mujeres en la producción agropecuaria, aún faltan datos e informaciones que cuantifiquen el aporte real de las mujeres a la producción alimentaria mundial. Gran parte del trabajo de las mujeres queda invisibilizado al no ser registrado en las encuestas y censos de población, ya que éstas consideran únicamente el trabajo remunerado, o la actividad principal de una persona (teniendo en cuenta la cantidad de trabajos que hace una mujer rural en un día, es una pregunta difícil de contestar).

La falta de conciencia sobre el papel y contribuciones específicas y diferenciadas de mujeres y hombres en la producción de alimentos y seguridad alimentaria, hace que ésta sea “ciega al género”.

Acceso a recursos

El acceso a los recursos es un factor esencial para mejorar la productividad agropecuaria. En este sentido, los pequeños y pequeñas productoras, se encuentran en una situación de limitado acceso a insumos agrícolas y productivos, siendo más acentuado en el caso de las mujeres. Estas barreras están causadas por la ceguera de las políticas y programas al género, a las actitudes discriminatorias, a las sociedades tradicionales-patriarcales, y a la falta de participación y acceso a los procesos de toma de decisiones.

Según el informe sobre “El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2010 – 2011”, publicado por la FAO, si las mujeres tuviesen el mismo acceso a los recursos productivos que los hombres, podrían aumentar el rendimiento de sus explotaciones agrícolas entre un 20 y un 30%. Esto implica que la producción agrícola total en los países en desarrollo podría aumentar en un 2,5 – 4%, lo que a su vez permitiría reducir el número de personas subnutridas en el mundo entre un 12 y un 17% (equivalente a 100 – 150 millones de personas que dejarían de pasar hambre).

Las principales limitaciones a las que se ven enfrentadas las mujeres en cuestión de recursos es en el acceso a tierra, insumos agrícolas, organizaciones rurales, control del crédito, y servicios de capacitación y extensión.

Estado nutricional

Se estima que el 60% de las personas que padecen hambre y desnutrición en el mundo, son mujeres y niñas. Además de los mayores índices de pobreza que conllevan las restricciones a las que se ven sometidas las mujeres en el acceso a recursos, que pueden hacer más vulnerables al hambre y a la desnutrición a los hogares encabezados por mujeres, hay que tener en cuenta que las familias no son unidades armónicas, sin conflictos ni intereses diversos, y existe discriminación de género en su seno. El reparto inequitativo de alimentos en el interior de las familias da privilegio al padre y al varón, bajo en equívoco supuesto de que su trabajo es físicamente más exigente. Esto hace que mujeres y niñas se encuentren en una situación de alta vulnerabilidad de sufrir inseguridad alimentaria.

El tiempo en la vida de las mujeres
En el medio rural, la jornada laboral de las mujeres es entre 2 y 3 veces mayor a la del hombre, fruto, en parte, del triple rol que cumplen las mujeres en la sociedad: su rol reproductivo, su rol productivo, y el trabajo comunitario (Moser, 1991).

El rol reproductivo incluye la maternidad y la crianza de los hijos e hijas, así como la responsabilidad de los cuidados de todos los miembros del hogar. En el rol productivo, las mujeres rurales pueden trabajar como agricultoras o en otros trabajos asalariados, que les permitan llevar ingresos al hogar. Y el tercero, el rol comunitario, incluye todas las actividades sociales que realizan las mujeres a nivel comunitario para proveer de servicios básicos tales como el agua, los cuidados de salud, la educación, etc. De este modo, son las mujeres pobres las que, particularmente por este triple rol, se encuentran limitadas por barreras sociales, económicas y culturales (Moser, 1991). Esto hace que el cómputo total de horas trabajadas por mujeres y hombres, sea ligeramente superior en el caso de las primeras, ya que a las horas de trabajo productivas, hay que añadirles las dedicadas a trabajos domésticos y al acarreo de bienes y servicios como el agua, la leña, etc.

Esta sobrecarga de tareas les impide participar de forma activa en programas y proyectos en las mismas condiciones que sus compañeros varones, cuyo rol es netamente productivo, y aunque también ejercen un papel comunitario, éste es claramente diferente al de las mujeres ya que está ligado a su rol específico dentro de la esfera pública, mientras que la esfera de acción asignada a las mujeres es la doméstica (Moser, 1991).

El empoderamiento de las mujeres como elemento clave para la seguridad alimentaria

Tal y como se ha visto, la lucha contra el hambre no puede desligarse de la lucha en pro de la igualdad y la equidad de género. La inseguridad alimentaria tiene sesgos de género, y por ello, hay que focalizar los esfuerzos en garantizar el derecho a la alimentación a las mujeres, para poder tener avances significativos en la erradicación del hambre y la desnutrición.

El empoderamiento de las mujeres rurales debe comenzar con el fortalecimiento de sus activos, que incluye: capital físico y natural (tierra, agua, vivienda, infraestructura, etc.), capital humano, capital social, y capital financiero.
Hay que asegurar que la equidad de género se convierta en un aspecto central en todas las intervenciones de seguridad alimentaria, en ámbitos como la elaboración de políticas y estrategias, legislación e investigación, y planificación, implementación, seguimiento y evaluación de estos programas.

En este sentido, Taller de Solidaridad está desarrollando diversos proyectos dirigidos al empoderamiento de las mujeres rurales desde diversos ámbitos, que tienen como una de las finalidades contribuir al pleno ejercicio del derecho a la alimentación.

En la República Democrática del Congo estamos impulsando un proyecto dirigido a promocionar el derecho a la alimentación a través de la puesta de marcha de un Centro de Producción Agroecológica, donde 216 personas, muchas de ellas mujeres, están mejorando sus capacidades productivas y mejorando su acceso a recursos e insumos productivos, mejorando la seguridad alimentaria a nivel familiar.

En Guatemala estamos impulsando dos proyectos dirigidos a mujeres rurales. En el departamento de Quetzaltenango se está trabajando con 276 mujeres indígenas y campesinas, del municipio de Huitán, pertenecientes a la etnia Maya Mam. El objetivo del proyecto es aumentar las capacidades productivas agroecológicas, de transformación y de comercialización de productos agroalimentarios. Para ello se ha constituido la Asociación de Mujeres de Huitán, y se está apoyando con la construcción de invernaderos, implementación de huertas y plantaciones de frutales, e incentivando la puesta en marcha de procesos de transformación de los excedentes agrarios para agregar valor a la producción.

En el departamento de Petén y gracias al apoyo de la Diputación de Málaga, se está trabajando con un proyecto de fortalecimiento del liderazgo, participación y capacidades productivas de 37 mujeres indígenas y sus familias, de la comunidad de El Jordán, en el Municipio de Sayaxché, abordando la problemática desde el marco de la Agricultura Familiar, e incidiendo por un lado en la parte productiva, fortaleciendo las capacidades técnicas para el manejo adecuado de las granjas avícolas familiares, y por otro lado, incidiendo en el reconocimiento y puesta en valor del trabajo de las mujeres como productoras, fortaleciendo el liderazgo y la participación de las mujeres dentro de su comunidad.