“Estar aquí me ha hecho darme cuenta de cuánta falta sigue haciendo la ayuda oficial al desarrollo”

En el Día del Cooperante, hablamos con Elena Zunzunegui Santos, una de nuestras técnicas expatriadas en Perú, donde lleva dos años acompañando iniciativas de Taller de Solidaridad junto a nuestras socias locales. En estos meses ha trabajado codo con codo con comunidades rurales y pueblos indígenas, ha vivido una realidad que le ha transformado personal y profesionalmente.
 
Del voluntariado en Ceuta a los Andes peruanos
 
Elena, ¿qué te llevó inicialmente al mundo de la cooperación internacional?
 

A mucha gente le sorprende que siendo maestra de profesión haya acabado trabajando en cooperación internacional. Quien realmente me conoce sabe que desde muy pequeña he tenido una sensibilidad por lo social. Fue en un voluntariado en Ceuta donde conocí la realidad más cruda de la migración, con lo que conlleva dejar a tu familia y al país que amas porque la realidad allí es insostenible.

Ese voluntariado me hizo ser muy consciente de que todos somos ciudadanos de un mismo mundo, que lo que yo hago en mi día a día y mi forma de consumir afecta en un rincón desconocido del mundo para mí. Me di cuenta de que quería que mi trabajo cambiase vidas o, mejor aún, poder aportar para construir un mundo mejor, más justo e igualitario.

¿Cómo llegaste a formar parte de la Fundación Taller de Solidaridad?

Estaba como voluntaria en CCAIJO, una de las entidades de la zona andina del sur de Perú. Taller de Solidaridad es socia de CCAIJO desde hace muchos años y tuve la oportunidad de conocer su trabajo de cerca. Me surgió la posibilidad de comenzar a trabajar con ellos, sin dejar de acompañar los procesos de CCAIJO y de otras socias a lo largo de Perú.

Una inmersión cultural total

¿Cómo ha sido este tiempo en Perú? ¿Qué es lo que más te ha sorprendido del país?

Estos casi dos años en Perú han sido sencillamente un regalo, a nivel laboral sin duda, pero sobre todo a nivel personal. He aprendido a bajar el ritmo y, menos mal, porque corriendo no se funciona en Perú. Aquí el valor del tiempo es otro, es relativo, lo importante es estar presente y compartir.

Compartir es una muy buena palabra para definir a la gente que he encontrado aquí: comparten sus platos más deliciosos, aunque sea lo poco que tienen; comparten su cultura a través de la música y el baile; comparten su respeto a la tierra, regalándote una mirada nueva de contemplar a la pacha mama; comparten sus historias, sus orígenes y también sus testimonios de vida. Comparten vida, pese a la barrera lingüística que nos separa.

Una de las cosas que más me ha sorprendido es la diversidad tan grande del país. Viajando por Perú he sentido que estuviese en países diferentes. Tiene una diversidad y riqueza cultural enorme, así como su biodiversidad: la selva, la costa y la sierra. Parajes tan diferentes que moldean el carácter, la forma de relacionarse, la cultura y las necesidades de sus pueblos.

Proyectos que cambian vidas

¿Podrías contarnos en qué consisten los proyectos en los que estás trabajando?

Trabajamos en diferentes zonas de Perú: en la sierra (Cusco), donde he vivido y donde tenemos el mayor número de proyectos acompañando a población rural; en la Amazonía peruana (Condorcanqui) promoviendo la seguridad alimentaria de los pueblos indígenas Awajún y Wampis; y en el norte, en la zona de costa (Piura) con mujeres en situación de vulnerabilidad.

Contextos muy variados, pero con un mismo objetivo: velar por la igualdad y la justicia global, especialmente de las mujeres, que son las protagonistas de nuestros proyectos. Fomentamos el trabajo digno, promoviendo iniciativas que impulsan la formación y el emprendimiento. Los caminos para lograrlo son muy diferentes: emprendedoras dedicadas a la producción de fresas, de flores, de aves menores, o hasta cuyes, típicos de esta zona. También acompañamos pequeños emprendimientos dedicados a la apicultura o al turismo comunitario vivencial.

¿Cómo has visto que tu trabajo ha impactado en las comunidades?

Pese a estar en terreno, muchas veces mi trabajo es más burocrático de lo que me gustaría. Gestionar proyectos supone estar muchas horas detrás del ordenador, por eso realmente creo que yo solo acompaño a quienes realmente transforman a la gente de las comunidades: los verdaderos protagonistas son los técnicos y coordinadores de los proyectos que están en marcha. La calidad humana de los equipos es la que marca la diferencia y hace que afloren los cambios y las nuevas oportunidades en las comunidades.

Quiero agradecer a las personas que trabajan para cada uno de nuestros socios locales, porque para ellos no es un trabajo, sino una forma de vida. No les importa el tiempo que tengan que dedicar, las distancias que tengan que recorrer, o las dificultades que surjan en el camino: siempre velan por los y las beneficiarias de los proyectos.

Historias que marcan la diferencia
 

¿Cuál ha sido el momento o la experiencia más gratificante?

Una de las experiencias más emotivas fue en uno de mis viajes a Piura, a visitar un proyecto de Cutivalú, una de nuestras socias locales. Estando allí tuve la oportunidad de ir a ver a la señora Juana Iris, cuya historia pondría los pelos de punta a cualquier persona, en la que la violencia ha reinado en varios momentos de su vida y que, sin embargo, no ha impedido que saliera adelante, que rompiera con ese círculo de la violencia y que se haya convertido en una promotora de la igualdad.

Ahora, Juanita se ha convertido en una de las protagonistas del libro de Taller de Solidaridad “De niñas a leyendas. 15 historias de emprendimiento femenino”. Lo bonito fue poder acercarme a Juanita, a sus hijos pequeños y a su marido y enseñarles cómo su historia era conocida a nivel internacional, cómo su ejemplo era motor de cambio. La emoción y el cariño que irradiaban sus ojos, el abrazo tan sentido y lleno de gratitud que me dio y la cara de admiración de sus pequeños al ver la historia de su madre plasmada en un libro, fue una experiencia que recuerdo muchos días con ilusión.

Lecciones de resiliencia
 

¿Qué has aprendido de las comunidades peruanas?

Cuando pienso en el mayor valor de las comunidades peruanas que he conocido, destaca en seguida su capacidad de emprender. Los peruanos tienen la determinación, la habilidad y la creatividad para emprender en lo que quiera que imagines. Ante la adversidad nada les frena, crean y repiensan lo que haga falta. Las comunidades peruanas son valientes y tienen una capacidad de superación asombrosa.

Muchas veces me ha venido la metáfora de un junco al pensar en el pueblo peruano: venga lo que venga, aunque parezca que se va a quebrar, permanece en pie, se dobla, se adapta y, sobre todo, poquito a poco sigue creciendo.

Los retos del cooperante

¿Cuáles han sido los principales retos de adaptación que has enfrentado?

La barrera lingüística ha estado muy presente. En Andahuaylillas, el pueblito donde vivo, la gente sabe hablar castellano, pero el quechua está muy presente en las calles. En las comunidades más alejadas donde intervenimos, la población sigue sintiéndose más cómoda comunicándose en quechua.

En el plano personal, estar lejos de la familia no es sencillo. Es especialmente duro sentirte lejos en momentos importantes: desde una boda, el nacimiento de un hijo o momentos complicados en los que te gustaría estar cerca y acompañar sin un océano de por medio. Aprender a acompañar y hacerte presente desde aquí sin que eso pese ha sido uno de mis mayores retos.

¿Cómo has logrado trabajar efectivamente con los equipos peruanos?

Para mí las dos claves son: ponerme en sus zapatos y ser empática con ellos, y también tratar de anticipar todo lo que pueda las cuestiones que nos piden los financiadores. Soy consciente de que los ritmos son otros, pero cuando el financiador exige algo él no entiende de ritmos, así que poder adelantarme y anticipar a los equipos lo que nos van a pedir es muy importante.

Estar cerca te hace entender los tiempos, las dificultades que surgen en el contexto y adaptarte a la situación. Un ejemplo es la realidad de la selva: nuestro socio en Santa María de Nieva suele tener apagones recurrentes, se cae la señal del celular, y las lluvias amazónicas muchas veces dificultan las salidas a comunidades por las crecidas del río. Haber estado ahí durante un mes te hace ser más consciente de su realidad.

Una mirada transformada

¿Cómo ha cambiado esta experiencia tu perspectiva sobre la cooperación internacional?

Estar aquí me ha hecho darme cuenta de cuánta falta sigue haciendo la ayuda oficial al desarrollo. Los proyectos que desarrollamos son muy valiosos, pero cuando trabajamos con personas y hablamos de cambios duraderos, los procesos van muy poco a poco. Vivir aquí me ha hecho darme cuenta de las necesidades más acuciantes de tanta gente, que simplemente se diferencian de mí por haber nacido en otro lado.

Ojalá en algún momento no hiciese falta la cooperación internacional, porque significaría que lo hemos logrado, que los derechos humanos son una realidad cumplida y no una utopía para muchos. Pero queda mucho trabajo por hacer.

¿Cómo ha crecido Elena como persona durante este tiempo en Perú?

En España creo que vivimos con la mirada puesta en lo que vendrá, estamos esperando a que llegue el fin de semana, las vacaciones… Aquí siento que se valoran más las pequeñas cosas del día a día. Lo cotidiano es un regalo y ver las necesidades de tantas personas te hace ser más feliz con poco, sentirte afortunada y agradecida.

Vivir en Perú me ha ayudado a ser más contemplativa, a observar a mi alrededor y disfrutar viendo llover, admirando las montañas o viendo a las caseritas vender en el mercado. Creo que la Elena de hoy disfruta más simplemente estando y siendo con la gente que le rodea.

Mensaje para futuros cooperantes
 

¿Qué consejo darías a otras personas que están pensando en embarcarse en una experiencia similar?

Les diría que emprender esta experiencia es mucho más que un viaje: es un camino de aprendizaje, encuentro y transformación. Lo más importante ha sido estar abierta a escuchar y acercarme con humildad y respeto, porque la cooperación significa caminar al lado de las comunidades, no tratando de imponer nuestra realidad.

Habrá momentos exigentes y de incertidumbre, pero también es un momento para descubrir la fuerza de la resiliencia y la esperanza compartida. Algo primordial es cuidar de tu salud física y emocional, tener espacios para ti y buscar una red de apoyos tanto en el país que te acoge como en el de origen. Ser cooperante supone dar mucho, pero sobre todo estar abierto a recibir: aprendizajes, amistades y ampliar la mirada sobre el mundo.

¿Qué mensaje te gustaría enviar a todos los cooperantes?

Los animaría a seguir luchando por construir un mundo mejor, por confiar que las pequeñas acciones marcan la diferencia. El compromiso diario demuestra que la cooperación no es solo un trabajo, sino una forma de construir esperanza, justicia y dignidad compartida.

Gracias por tender puentes entre pueblos, por recordar que ninguna frontera es más fuerte que la empatía y por sembrar semillas de futuro allí donde más se necesitan. Que nunca falte la fuerza, la ilusión y la certeza de que cada esfuerzo suma y transforma vidas.