Qué expresión más bonita, me dije, cuando la escuché por primera vez en Madrid, dicha por Lisbeth (emprendedora nicaragüense y participante de la exposición fotográfica “Enredadas en el cambio”). Luego, durante los días que estuve en Nicaragua, la escuché de diferentes jóvenes que iba conociendo, junto con mi compañera Carmen Ortiz, responsable del área de Educación para la Ciudadanía Global de TDS, con quien compartimos esta experiencia técnica y de vida.
Debo reconocer que, cuando se acercaba el día de partir hacia allí, tenía previstas las preguntas y puntos de verificación a revisar. Sin embargo, a medida que iba conversando y conociendo a las personas en cada una de las comunidades que visitaba, me percataba de algo que me llamó mucho la atención: la manera positiva de auto referenciarse y la autovaloración destacada, algo que no había experimentado en los diferentes encuentros que tuve con personas de otros proyectos en el pasado de mi vida profesional.
Al preguntarles cómo se sentían con las formaciones recibidas y al tener un negocio propio que contribuye a los ingresos económicos familiares, muchas respuestas iniciaban con un “me siento alegre”. No importaba si la comunidad estaba a tres horas, con caminos que solo se podían recorrer con una camioneta 4×4 conducida por un conductor experimentado en esos caminos, como Francisco, o si era una comunidad más próxima a la carretera. Las personas participantes del proyecto hablaban de sus emociones y circunstancias de manera positiva.
A un mes de esta experiencia vivida y ya de regreso en España, no dejo de pensar en esto y lo relaciono con lo que sucede en Medellín, Colombia, con el proyecto “Emprendamos”. Ana Beatriz Ramírez, responsable allí, dijo una vez en una reunión virtual que: “cuando se entrelazan los procesos técnicos y humanos, los resultados son distintos, creando una fuerza a partir de las dificultades”.
Aún no puedo definir con una palabra exacta; estoy en búsqueda de un término que las englobe, pero aún no lo encuentro. Por ejemplo, en Nicaragua, este proceso técnico que conlleva la formación apícola y la gestión de un micronegocio se entrelaza con talleres vivenciales en competencias blandas que se imparten durante casi 2 años, con apoyo continuo del equipo técnico que los imparte, fortalece y acompaña a las personas jóvenes. En Colombia, se denomina apoyo psicosocial, que, si bien es cierto, implica un proceso más terapéutico que el anterior.
Sí, existen matices entre una y otra experiencia; sin embargo, encuentro denominadores comunes. Ambas experiencias ponen en el centro a las personas, creando una fuerza a partir de las dificultades, lo cual es vital para el empoderamiento de mujeres y hombres. Yajaira, una de las técnicas en Nicaragua, me contaba que muchas veces ofrecen apoyo emocional a las personas que participan en el proyecto y que muchas de las competencias o habilidades para la vida que trabajan de manera lúdica, como la comunicación asertiva, la proactividad, la resiliencia y las 22 en total, proporcionan herramientas emocionales para la autogestión.
A veces pienso que atraemos las cosas que pensamos y me llegó una publicación de la Comisión Europea Coaching multidimensional para la promoción socioeconómica de las personas en situación de pobreza (*). Empecé a leerlo y lo que más destaco y enlazo con este escrito es que “las vulnerabilidades que la pobreza trae consigo pueden afectar las capacidades; pueden restar poder, reduciendo las aspiraciones y la autoeficacia de las personas”. Valoro esta forma de trabajo, la importancia del acompañamiento humano y la promoción del bienestar global de las personas en su entorno social.
Y fue esto uno de los aspectos que me llevo del trabajo y de la experiencia de este viaje: el tejido que llevan puesto las personas jóvenes en el Departamento de Madriz, Nicaragua:
- “Me siento alegre”.
- “Yo, como empresario” (joven de la comunidad de Cacauli, Miel Bee Cute).
- “Yo me sentí como una líder” (joven mujer de la comunidad de Naranjo Norte).
- Y muchas más expresiones.
¡Y yo también me siento alegre!