El emprendimiento femenino como motor de transformación laboral
En la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, que se celebra cada 7 de octubre, queremos contarte cuatro historias que están reescribiendo las reglas del mercado laboral. Son las de Mª Carmen, Lurdes, Lisbeth y Mª Elena: mujeres que están generando oportunidades de trabajo digno en sus propias comunidades en Colombia, Bolivia, Nicaragua y Perú.
Sus historias demuestran que, mientras a nivel global las mujeres siguen ganando entre un 20% y un 23% menos que los hombres por realizar el mismo trabajo —datos confirmados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 2025—, el emprendimiento puede ser la clave para construir un futuro laboral más justo.
Mª Carmen Pulgarín: transformando Medellín con sabor a los 80
“Soy una mujer emprendedora, casada y madre de dos hijos, que vive en un barrio con una situación socioeconómica extrema en Medellín, Colombia. Gracias al proyecto ‘Emprendamos’ he podido impulsar mi negocio gastronómico ‘Sabor a 80´s’ y ayudar a mi comunidad de forma sostenible, generando empleo para otras mujeres”.
La historia de Mª Carmen no es única. En América Latina, por cada 100 dólares ganados por los hombres, las mujeres ganaron solo 51,8 dólares en 2024. Pero mujeres como ella están cambiando esta realidad: su proyecto no solo le ha permitido alcanzar autonomía económica, sino que ha generado condiciones laborales dignas para otras mujeres de su entorno.
Lurdes Herrera Toco: cosiendo sueños en Cochabamba
“Tengo un taller de confección de ropa. Empecé poco a poco. Primero me compré una máquina, pero como no tenía conocimientos me inscribí al taller de costura de las Siervas de San José y ahora me siento feliz porque puedo coser, estar con mis hijos, cuento con el apoyo de mi marido y puedo ganar dinero para ayudar en los gastos de la casa”.
El testimonio de Lurdes refleja una realidad preocupante: solo el 61,4% de las mujeres entre 25-54 años participa en la fuerza laboral, mientras que el 90,6% de los hombres de la misma edad sí lo hace. Sin embargo, el emprendimiento le ha permitido conciliar su vida familiar y laboral en condiciones dignas, algo que muchas veces el trabajo asalariado tradicional no ofrece a las mujeres.
Mª Elena Condori: de 60 cuyes a cambiar una vida en Perú
“Me dijeron que no podría, pero decidí seguir adelante. Empecé con 60 cuyes y ahora tengo 5.000. Cuando ya tenía 4 galpones y unas ventas de 4.000 soles, le dije a mi esposo que ya no fuera a la mina (él ganaba entre 1.500 y 2.000 soles al mes). Al principio no quería, pero ahora trabajamos juntos en el negocio”.
La determinación de Mª Elena cobra especial significado cuando sabemos que las mujeres representan el 42% de la fuerza laboral mundial, pero solo ocupan el 31,7% de los altos cargos. Su historia demuestra que el emprendimiento puede ser una vía para que las mujeres no solo participen en la economía, sino que lideren sus propios proyectos y generen empleo de calidad.
Lisbeth de los Ángeles Matey Melgara: multiplicando oportunidades en Nicaragua
“Ahora soy emprendedora, pero también formadora, promotora de los grupos de auto ahorro y préstamo en mi comunidad y presidenta de la cooperativa que hemos creado. Ahí estoy para ayudar a abrir expectativas a otras personas que estaban igual que yo”.
Lisbeth encarna perfectamente el efecto multiplicador del emprendimiento femenino. Su historia es especialmente relevante en un contexto donde la tasa de desempleo entre mujeres jóvenes (16,4%) supera significativamente a la de los hombres jóvenes (11,6%). Como ella misma dice, no se trata solo de emprender, sino de “abrir expectativas” para otras mujeres.
El impacto que va más allá de los números
“Las mujeres que apoyamos no solo crean sus propios empleos, sino que generan oportunidades para otras mujeres de sus comunidades, estableciendo condiciones de trabajo basadas en la dignidad, la equidad y el respeto mutuo”,
Destaca Sonia Carralafuente, responsable de comunicación en Taller de Solidaridad. Porque los emprendimientos que apoyamos generan: empleos dignos con condiciones laborales justas; fortalecimiento del tejido social comunitario; modelos económicos sostenibles y respetuosos con el medio ambiente y referentes de liderazgo femenino para las nuevas generaciones.
Historias como las de Mª Carmen, Lurdes, Mª Elena y Lisbeth demuestran que el trabajo decente es más que un concepto: es un trabajo productivo, justamente remunerado, ejercido en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad humana, según define la propia OIT.
Un modelo replicable frente a la realidad actual
Las cifras son contundentes: según el Foro Económico Mundial, cerrar las brechas de género en la participación y las oportunidades económicas llevará más de 134 años si persisten las tendencias actuales. Pero las historias de estas cuatro mujeres nos muestran que podríamos llegar a cerrarla mucho antes. El emprendimiento femenino está creando alternativas viables aquí y ahora, especialmente relevantes tras la pérdida de 200 millones de empleos durante la pandemia por COVID-19.
Nuestro compromiso: seguir tejiendo historias de cambio
Cada una de estas mujeres —Mª Carmen con su restaurante, Lurdes con su taller de costura, Mª Elena con su granja de cuyes y Lisbeth con su cooperativa apícola— representa una forma diferente de entender el desarrollo económico. En esta Jornada Mundial por el Trabajo Decente, desde Taller de Solidaridad reafirmamos nuestro compromiso de seguir acompañando a más mujeres como ellas en su camino hacia la autonomía económica y la creación de oportunidades laborales dignas.
Nuestros programas continúan expandiéndose por países como Perú, Bolivia, Nicaragua o Colombia, llevando herramientas y conocimientos a más mujeres dispuestas a transformar no solo sus propias vidas, sino las de sus comunidades. Sus historias son testimonios vivos de que otro modelo de desarrollo económico es posible: uno donde las mujeres no solo participan del mercado laboral, sino que lo transforman desde la base, construyendo trabajo decente para todas.