Hace unos días desde la ventana del avión veíamos como quedaba atrás una semana intensa en la que hemos teníamos la oportunidad de acercarnos a las personas con las que trabajamos desde Madrid. Una última mirada a esas impresionantes montañas que esconden en sus valles y picos a las comunidades que hemos visitado, algunas de ellas a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar.
Unas montañas que parecen ondular en el horizonte y que sobrecogen por su fuerza y su serenidad similar a la de Raimunda, Wilfredo, Francisco, Juan… aquellos que nos han abierto sus casas, sus pequeños, y a la vez tan enormes, emprendimientos de productos lácteos al pie de los picos nevados del Ausangate o sus galpones de Cuyes, roedores que forman parte de su dieta y uno de los productos más apreciados en la cocina peruana.
Durante el último año y medio, desde nuestra oficina en Madrid, he sobrevolado los proyectos entres papeles y este viaje me ha permitido aterrizar directamente sobre ellos y conocer lo que escondían. Jesús, mi compañero en este viaje, ya os ha puesto al día sobre nuestras vivencias en Cuzco y ahora yo voy a intentar acercaros a la realidad de Piura.
De la sierra a la playa al norte de Perú, de 4300 metros de altitud a 34, seguimos encontrando grandes personas que trabajan día a día por mejorar la situación de las personas que les rodean. En Piura hemos tenido la oportunidad de visitar los proyectos que apoyamos junto a CANAT, y durante dos días Gaby y Aury nos han acompañado para darnos a conocer en directo la labor que desarrollan. Quizás la forma más directa de haceros llegar estos proyectos y el trabajo de CANAT es acercándoos a las personas que hemos conocido. Ahí van dos de las historias de algunas de las personas que hemos conocido.
Jean Pierre, un gran chef a los 17
De un sitio a otro, en auto, nos movemos por la ciudad de Piura. Estamos llegando al mercado en torno al que gira la vida de muchas de las personas que vamos a conocer a lo largo de estos dos breves pero intensos días. Parece que debemos ir con cautela en esta zona.
Excavadoras, barreras de policía con escudos y una gran explanada de tierra movida entre la linde del mercado y las casas que se sitúan frente a éste. Desconcierto entre el tráfico, más del habitual, nos dice Gaby y mucha gente arremolinada en distintos grupos tras las vallas que limitan el acceso a la explanada.
Son los vendedores ambulantes, sus familias, cientos de personas que con sus puestos engranaban en ese espacio un mundo laberíntico que en una noche se ha esfumado.
Décadas de historia de este espacio de ambulantes y varios intentos fallidos de desalojos que han costado la vida a varias personas. En este espacio trabajaban los hermanos de Jean Pierre como carretilleros junto a muchos otros niños y niñas trabajadores, que cada día cargan mercancías durante horas para buscarse el sustento.
Pero en Piura no sólo el trabajo infantil es un problema, la explotación sexual, la trata, es otro de los riesgos que acechan a muchos de estos niños y niñas.
En uno de los centros de CANAT, a dos cuadras del mercado, donde se desarrolla el progra ma MANITOS TRABAJANDO, nos cruzamos con Jean Pierre que se prepara para ir a sus clases, después de una buena ducha, tras terminar su trabajo como chef en el comedor que atiende a los niños y niñas que acuden al centro.
Hoy, por la situación tan tensa en el mercado, hay pocos chicos en las clases, allí están nuestras voluntarias Diana y María apoyando a los educadores y educadoras en las tareas de refuerzo escolar.
Estos voluntarios y voluntarias, son muchos en CANAT, y los profesionales del centro intentan raspar cada día unos minutos más al tiempo de trabajo que los chicos y chicas realizan en el mercado, con el objetivo de que finalmente la balanza de su tiempo se incline en favor de su educación y disminuya el riesgo de que abandonen el colegio
Jean Pierre ha querido y ha podido, aprovechar esta oportunidad de formarse en cocina gracias a MANITOS CRECIENDO, otro de los programas de CANAT en el que muchos jóvenes que han abandonado sus estudios tienen una segunda oportunidad a través de una formación técnica que les dé un impulso para recuperar sus estudios y su autoestima y tomar por primera vez las riendas de su vida.
Junto a Gaby y Aury visitamos algunas de las familias campesinas de los chicos y chicas que actualmente están en el programa de MANITOS CRECIENDO. La idea es hacer una intervención integral con los chicos y chicas y sus familias para que los padres valoren la importancia de su formación y los apoyen.
A sus 17 años la vida de Jean Pierre ha acumulado peligros y aventuras fruto de la ne cesidad que le obligó a dejar a los nueve años su hogar y salir a la calle para buscarse el sustento. Ocho años de trabajo y un largo curriculum: vendiendo bodoques en las calles; cargando agua en un burro que luego vendía en los asentamientos a donde ésta no llega; haciendo adobes en las canteras o sumergiéndose en el mar con un arpón para cazar meros en la frontera con Ecuador.
Fue después de una balacera contra su balsa, perseguidos por cuatro patrulleras y un helicóptero ecuatoriano, cuando decidió volver a Piura. Para Gaby, directora de CANAT, que había trabajado con Jean Pierre y su familia, desde que éste tenía nueve años, fue una gran esperanza esa llamada de teléfono en la que Jean Pierre le dijo que quería volver y estudiar.
Como Jean Pierre muchos son los niños, niñas y adolescentes que han trabajado y lo siguen haciendo en las calles de Piura esperando una segunda oportunidad. Prevenir el trabajo infantil y generar oportunidades para chicos y chicas que ya están en esta situación, es en la tarea en la que está el Centro de Apoyo a Niños y Adolescentes de CANAT.
Hoy Jean Pierre, apuesto y joven cheff en el comedor de MANITOS TRABAJANDO, Yanina, coordinadora del programa MANITOS CRECIENDO y Erika, responsable de Relaciones Institucionales de CANAT, forman parte del equipo de profesionales de esta institución. Y son muchos los chicos y chicas que ya están insertados en el mercado laboral o han montado su negocio.
Como dice Gaby: “El proceso de trabajo de CANAT cerrará su ciclo definitivo cuando sean Erika o Yanina, hoy grandes profesionales, ayer niñas trabajadoras del mercado de Piura, las que asuman la dirección de CANAT”
Para Gaby este sería su mayor deseo.
¡¡Que necesario y grande el trabajo de CANAT!!
Flora en el desierto
Con un bidón de agua de 30 litros, que un voluntario alemán nos entrega, junto a Gaby, Aury y dos voluntarias españolas que conocimos ayer, caminamos hacía la casa de Flora.
Al principio de la cuesta que nos lleva a su casa se oye jaleo, cerdos chillando, voces de mujer. Vemos una figura en la que parece una puerta de un corral levantada con tablas y palos, al igual que alguna de las casas que hemos ido dejando por el camino. Es Flora, camina lentamente y con dificultad aferrada a su bastón, intentando ayudar a otra mujer a encerrar a uno de los cerdos que se le ha escapado.
Estamos en invierno y el aire caliente y sofocante que levanta la arena en el camino me hace preguntarme como será de duro el verano en este paraje.
Veníamos de ver la ludoteca en donde los voluntarios juegan con los pequeños del barrio. Esta forma parte de MANITOS JUGANDO, otro de los prog ramas de CANAT, en el que se trabaja con los más pequeños y con sus madres y familias. Esos niños y niñas con los que juegan los voluntarios son “los nietos de Flora”, partera de profesión y recicladora en el vertedero, centro neurálgico del barrio. Durante muchos años Flora ha traído a muchos de estos niños y niñas al mundo, le hubiera encantado ser enfermera. Estos pequeños son los que se ocupan de Flora, de acompañarla en su soledad, de que no le falte el agua cada día.
La casa de Flora está en el límite de lo habitado, en lo más algo de la población. Unas vistas privilegiadas donde Gaby y ella se sientan a ver la puesta de sol y a conversar sobre sus vidas.
Flora nos cuenta que a sus catorce años la robó un hombre a caballo, no fue cosa de un día, su tortura duró hasta que este falleció. De él tuvo cuatro hijos a los que fue perdiendo a lo largo de su vida.
Flora a sus 87 años, casi ciega y con dificultad para respirar nos dice con nostalgia que ya no trabaja porque no sirve para el reciclaje. Apoyada en su bastón nos invita a pasar a su casa, agradece la visita y buscamos un recipiente donde verter el agua que llevamos.
Nos abre la puerta de su hogar con una gran sonrisa que no se borra de su cara en ningún momento, incluso cuando nos relata la dureza de su vida. El viento golpea el tejado de chapa con fuerza, como si fuera el soplido persistente del gigante del cuento y yo me pregunto cuál de esas ráfagas de viento será la que vuelva a volar las paredes de la casa de Flora.
Hasta hace unos días Flora hubiera pasado por este mundo como si fuera la protagonista de una historia de ficción y su existencia sólo habría quedado en la memoria de sus pequeños amigos, compañeros de reciclaje, que caminan junto a ella en su soledad.
Gracias a esos pequeños, Gaby, Aury y los voluntarios descubrieron a Flora. Flora no quería irse sin dejar registro de su paso por este mundo y eso fue lo que les pidió a Gaby y los voluntarios que llegaron de la mano de los niños.
Tras casi nueve décadas de vida Flora por fin existe oficialmente, tiene su propio DNI. “No me quería morir como si no hubiera pasado por esta vida” nos dice Flora. Se siente plena, como ella dice no le falta una taza de agua antes de acostarse, su hamaca, la cocina que ha fabricado con sus propias manos, sus dos gallinas criollas y “sus nietos” que la visitan cada día.
Tras un rato de charla con Flora nos vamos de su casa con el corazón lleno, los ojos borrosos y dos promesas por cumplir: una foto de recuerdo y una visita la próxima vez que volvamos.
Sonia y Jesús (Personal Técnico de TDS) en Perú