El avión iba lleno. Ya se podía escuchar un acento diferente en el hablar de las personas. Se sentía ya más real el sueño de ir a Colombia. En mi interior estaba la incertidumbre de lo que me iba a encontrar al llegar…
Unos brazos abiertos llenos de amor, de esos de los que una no se quiere soltar ni podré nunca olvidar, es lo que me esperaba en el aeropuerto. Allí estaban Luzma y Paola. Recuerdo sonrisas, lágrimas de emoción y una acogida reconfortantemente maravillosa, una leve llovizna y el anochecer. Luces y tráfico y un cuéntennos como les ha ido el viaje. Y sobre todo calor, calor humano, del auténtico, del que envuelve y una ya no desea salir de él.
La llegada a la Congregación no fue menos amorosa. Las hermanas María Josefa, Edelmira, Deisy y Marleny nos esperaban ya con el alma abierta a acogernos y cobijarnos en su hogar. ¿Cómo no sentirse en otro mundo literalmente?
Al día siguiente, más personas con sonrisa y amabilidad permanente siguen apareciendo y preguntando cómo estamos, cómo nos sentimos, si necesitamos algo. Ana Beatriz aparece con su vitalidad desbordante y su mirada directa e inteligente.
Empezamos a conocer esta ciudad, Medellín. La primera impresión que tuve fue la de una ciudad bulliciosa, sonora, viva. Sus gentes amables y educadísimas, muchas motos y una efervescencia que ya queda eterna en el recuerdo con todos los lugares que visitamos. El cableado eléctrico llamó mi atención, miles de autopistas lineales interceptadas en los postes cruzando calles y recorriendo la linealidad de las aceras. Mucho color ocre y bermellón, color ladrillo. Confieso que fue un bombardeo total a mis sentidos y a mi ser porque también flotaban en el ambiente olores de comidas que iba identificando a medida que pasaba por negocios de comidas o puestos ambulantes. Y la luz, la maravillosa luz. Los colores brillantes y vibrantes y el ya maravilloso cielo de Medellín, único.
Coger el metro y dirigirnos al corazón de la ciudad, detallar cada lugar que fuimos conociendo a lo largo de estos días hasta podría verse con la normalidad del turista que visita un lugar desconocido. Pero no. A través de los recorridos se fue dando forma a la realidad social y humana que late en el interior de esta ciudad. Los diferentes estratos sociales fueron apareciendo con más nitidez y se fue haciendo progresivamente más fácil distinguirlos. Los cerros con sus casitas de ladrillos pequeñitas a vista lejana también conforman esta realidad. El norte y el sur de la ciudad, el arriba y el abajo.
Y qué decir de la Institución Técnica San José Obrero. La edificación se erige a vista desde la casa de las hermanas, haciendo esquina. Grande, espaciosa, como una madraza de las de antes con amplia y risueña sonrisa en medio del barrio del Playón. Así es ella, recibiendo con los brazos abiertos, amplia. Magna obra. No me vienen otras palabras. Y siguen las sonrisas y los abrazos y como no, los tintos.
Me siento desbordada por tanta humanidad que me hace recordar tantos momentos de juventud en los que deseaba cambiar todo, cambiar el mundo. Esta humanidad es, sin más, no aparenta modos ni formas, academias ni intelectualidades. Sencillez y humildad bañada del deseo de dar oportunidades para vivir y avanzar en un mundo con cara hostil y hasta cruel, pero al fin y al cabo también hermoso, aunque suene incongruente. Porque en todo él está la presencia de Dios. Aquí se habla de Dios con la fe y la esperanza férrea llena de la confianza que va apareciendo luego de las tempestades y los huracanes de la vida.
Y Bonifacia presente en todo el Centro. Porque en la Institución se siente su presencia y con ella la de Dios. Cada una de las personas que conforman este cuerpo forman una unidad, un equipo que respira al unísono y no hace falta llenar de explicaciones y palabras porque las acciones, los actos son los que hablan. Se observa perfectamente la relación que tienen entre todos ellos y con los adolescentes que llenan de vida y sentido el centro.
Confieso que todo esto me tuvo en un estado de desbordamiento interior. Las vivencias han sido tan intensas y vertiginosas que no he podido, sino hasta ahora, poner palabras a todo lo que estoy viviendo y absorbiendo como una esponja deseosa de retener dentro de si todo lo bueno, todo lo nuevo, todo lo maravilloso.
Humano, siempre. Es una de las palabras que también se me repite continuamente. Los proyectos, las formaciones, el seguimiento continuo e impecable, respetuoso y lleno de comprensión y amor de madre. Porque la Institución es Madre. Queda poquito para el retorno y siento que una parte de mi se queda ya aquí para siempre. Esto no es más que el comienzo de algo hermoso, porque cuando algo es autentico y verdadero permanece.
Mi gratitud es infinita, me desborda también el amor que se respira, que late, que canta y hasta que susurra aquí. El amor que actúa y da vida, el que transforma, el que sana…
Cristina Mejías, voluntaria internacional
Julio 2024. Medellín, Colombia
Es un relato con alma de una experiencia que también se nos quedó en el corazón. Cristina plasmó con sentido profundo la cotidianidad, la misión, los sentimientos. Es un testimonio de como las acciones se vuelven palabra y dan cuenta de la fuerza.
Es el Trigo que sembró el Sembrador!!! Hecho presencia posible y dando buenos frutos🙏
Maravillosa experiencia! Conectamos, aprendimos, disfrutamos y sentimos que la Congregación Siervas de San José a través de sus obras construye reino. Un abrazo y muchas gracias