El mes de julio de este año hemos tenido nuestro hogar en un pequeño apartamento de Somoto, Nicaragua. Un lugar especial, rodeado de vegetación, pero que guarda los sueños de un gran número de personas que buscan hacer un mundo más justo. Desde el principio nos han hecho sentir parte de sus proyectos y participar en las vidas de las comunidades que visitan.
Un equipo comprometido
Sonríe con ilusión Francisco mientras habla al equipo formador de la nueva masculinidad positiva para que sean cómplices en la prevención de la violencia sexual. Juega Bianka con los niños y las niñas y sus educadoras para estimularles y que las monitoras aprendan estrategias para el aula. Escuchan Jackeline y Gisselle a las señoras que necesitan abrir sus corazones frente a una taza de café y unas amigas como forma de autoayuda mientras hacen alguna manualidad. Hablan de crianza sin violencia Alvin, Yesenia y Víctor. Y Chico, Reybin o Manuel nos llevan a todas hasta el corazón de comunidades que precisan del apoyo de personas entregadas.
Todos forman un gran equipo captado en una foto de Celeste, pero que queda en las manos de pequeños, adolescentes, hombres y mujeres cuya vida es un ejemplo de superación.
Compartiendo saberes en las cocinas comunitarias
A veces vamos a las casas de las señoras de las comunidades a cocinar en un perol de lata puesto al fuego las recetas que les pasaron sus madres y abuelas: indio viejo, lentejas, sopa de queso… Las niñas y niños juegan con los dibujos y las madres comparten con nosotras lo bueno de amamantar a los más pequeños y llenarlos de vitaminas con las frutas de alegres colores que tienen. Pero les falta el pescado y las proteínas, y eso se deja notar en el crecimiento.
Hablamos de sus huertos y de la importancia de una alimentación variada, y repetimos hasta la saciedad la importancia de la higiene, el lavado de las manos y los dientes, en unas casas que no tienen en la mayoría de las ocasiones un grifo del que salga agua, ni un suelo ni utensilios fáciles de mantener sin tierra.
El poder del autocuidado y la sororidad
La intención es compartir, reunir a mujeres en un ambiente familiar que les haga sentirse queridas y que lo más importante para nosotras somos nosotras mismas, nuestro autocuidado y la superación de las penas que cada una lleva. Porque vivir en las comunidades es duro, es un no parar de trabajar sin pensar en tus años o tu cuerpo, un cuidar de las niñas y los nietos que a veces quedaron solos porque el padre o la madre marcharon a los Estados, como ellos dicen, o a nuestra admirada España.
Las abuelas recogen leña, la chavalería trae el agua desde el pozo, las jóvenes emprendedoras nos enseñan sus panales y jabones, la artesanía y comidas. Hablamos de sus miedos, los nuestros, sus sueños, los nuestros y los pequeños logros de todos, que, como las historias de “De niñas a leyendas”, se van escribiendo cada día en las comunidades de Yalaguina, Mamel, Totogalpa, Trapichito o Chaguite.
El camino hacia las comunidades
Quisiéramos explicaros qué son las comunidades, pero realmente no sé si sabremos hacerlo con palabras. La carretera Panamericana atraviesa el país de norte a sur como un gran río de coches y camiones que van atravesando los países de Hispanoamérica. Nosotras estamos relativamente cerca de la frontera con Honduras y ese también es un detalle que marca la vida de los somoteños.
Cada mañana nos montamos en la camioneta y tomamos la Panamericana hacia el norte o el sur, pero en algún momento, como si fuéramos a contracorriente de un afluente, nos metemos en un camino sin asfalto, lleno de piedras y surcos del agua y cubierto por la sombra de árboles hermosos que nos acompañan mientras subimos y bajamos en un laberinto que va dejando alguna pequeña casa de techo de uralita y paredes de adobe a los lados del camino.
Solidaridad en cada kilómetro
Caminando por allí nunca falta alguna mujer cargada con su bebé o un hombre que va a su labranza. La camioneta se para y ellos se suben bendiciendo la suerte que han tenido de evitar un tramo del penoso camino. Totogalpa, Aguas Calientes, La Sabana, El Roble… comunidades formadas por casas repartidas en el monte entre la vegetación, donde sus mujeres preparan el arroz y los frijoles en una cocina de leña, siembran el maíz, o llevan a sus hijos e hijas a la escuela de la comunidad a veces andando casi una hora y les esperan allí para evitar repetir tantas veces el camino o compartir con nosotros las charlas sobre crianza positiva, prevención de violencia o de enfermedades en la infancia. Son casas aisladas, sí, pero con sentido de pertenencia a una comunidad, cuyo líder nos abre las puertas y nos invita a conocerlos un poco mejor.
La fuerza de la comunidad ante la adversidad
Otro día toca preparar sopa de albóndigas después de hablarles de los cuidados de los niñas y niños cuando enferman con diarrea o neumonía, en una de las comunidades más alejadas de Somoto. El camino es tan largo y tortuoso que nos hacía preguntarnos cuál sería el destino de uno de esos niños enfermos si tuvieran que trasladarse, pero el brigadista nos decía que no les preocupaba, que ellos lo solucionarían. Son una comunidad y se apoyan y ayudan.
Seguro que sí, solo se tienen a ellos y la naturaleza. Los pequeños y pequeñas corren entre gallinas, pavos y perros como juguetes y nos miraban con los ojos muy abiertos pensando que nuestro color de piel no era el que ellos conocían. A las mujeres, más alejadas de la ciudad, les cuesta más abrirse y hablar. El mundo que conocen puede verse románticamente como un paraíso de una simpleza de vida tal, que te hace dividir las personas entre las que son felices sin apenas conocer nada más o las que precisan abrir sus alas y volar por encima de los árboles como hace el guardabarranco.
Preocupaciones universales, realidades diferentes
Al final te das cuenta de que, estés donde estés, las preocupaciones se repiten en todos los países. En realidad, a un lado y otro del charco, nos importa que nuestra infancia esté protegida de cualquier tipo de violencia, tanto en la escuela como en la casa. Nos preocupa que reciban una buena alimentación y una estimulación adecuada desde el principio. Queremos que las mujeres estén libres de maltrato y que el machismo se supere dejando crecer libremente a nuestras hijas. Nos interesa que las mujeres embarazadas puedan recibir los controles necesarios.
Un futuro lleno de potencial
En Nicaragua queda mucho por hacer, pero promover la formación, la creatividad y las iniciativas son las claves para hacerles luchar por su futuro dentro del país y no ver la única solución en la emigración, como piensan muchas personas. Ojalá un día puedan disfrutar del gran potencial que poseen, de la belleza de su paisaje, de sus playas de arena suave y sus sabrosos frutos, sin las dificultades que aún tienen para acceder a una vivienda digna, a carreteras y agua en sus casas.
Estamos tan ilusionadas como ellos.
Estrella García y Mª Carmen Souto, voluntarias internacionales
Julio 2025. Somoto, Nicaragua