Sainte Elisabeth y campamento
En un país como este, la religiosidad está a flor de piel y se vive intensamente. Por tanto, muchas son las actividades que se realizan en torno a la parroquia a la que pertenece cada vecino. Mi casa durante este tiempo está en la Avenida Kashowe, que pertenece a la iglesia de Sainte Elisabeth. Con el párroco, “père Toussaint”, habían hablado ya antes de nuestra llegada para avisarle de que llegábamos como voluntarias, de modo que ya nos había encontrado ocupación. Por tanto, aunque no lo he mencionado hasta ahora, hemos compaginado nuestra labor en la maternidad con la de la parroquia, aunque a veces eso nos ha supuesto estar todo el día ocupadísimas, entre una y otra cosa y los desplazamientos correspondientes en dubay que ya conocéis.
Para colaborar allí lo primero que hizo el padre fue pedirnos que asistiéramos un domingo a todas las misas, pues esa era la forma de que nos conociera toda la comunidad. Teniendo en cuenta que la primera misa es a las seis y media de la mañana y que cada una dura alrededor de tres horas, hicimos una pequeña “trampa” y nos las apañamos para llegar una vez empezadas y estar allí al final de cada una de ellas. Cuando acaban cada una de las misas hay un momento en el que se notifican las actividades relacionadas con la parroquia. Es en ese momento en el que nos presentaban, y allí íbamos Adriana y yo, recorriendo el pasillo central de la iglesia, como unas “modelos” bajo la mirada atenta de una concurrencia que en todos los casos llenaba el templo hasta la bandera.
Eso hizo que mucha gente nos conociera de modo que a estas alturas vamos por la calle, y son muchos los que nos saludan. Eso supone una satisfacción tremenda pues, caminar por Lubumbashi e ir saludando a las personas que amablemente se dirigen a nosotras, es una inyección de fuerza.
Además de las misas, enfrente de la iglesia hay un conjunto de edificaciones donde los jóvenes y niños se reúnen para hacer distintas actividades. Fuimos a conocer todo eso y a comprobar de primera mano la labor de la parroquia. Al pasear por allí, lo que más me sorprendió fue el sonido. Tal y como dije al principio la religiosidad está a flor de piel en este pueblo y esa religiosidad está siempre íntimamente ligada a la música. Pues bien, hay muchos grupos corales divididos normalmente por edades y cada grupo participa en una misa en concreto. El paseo por esas aulas es impresionante pues de cada una salen sonidos tales que, la primera vez que se llega aquí hacen sospechar que son grabaciones de profesionales, pero cuando entras en cada una de ellas compruebas que son el producto de unas gargantas privilegiadas y de unas almas que viven la música como nunca antes yo había visto.
En ese lugar con una banda sonora tan especial, hemos puesto nuestro granito de arena. Por las mañanas hemos asistido a juegos de niños dirigidos por monitores que conocen muy bien su trabajo. Hemos jugado con ellos e intentado seguir a veces su ritmo porque (aquí también) todos sus juegos tienen música de tambores de fondo, y ¡Cómo no!: Bailes. Cuando regrese prometo hacer un apartado en este blog de videos porque así podréis comprobar de primera mano de qué os hablo, pero aquí la tecnología no me permite subirlos.
Por las tardes las actividades estaban reservadas a los jóvenes y allí hemos disfrutado enseñando algo de inglés y comprobado que les interesaba más aprender español, con lo que nuestras clases se convirtieron en trilingües, con el francés, el inglés y el español. No sin recurrir de vez en cuando al swahili.
Pero además de esto, se nos invitó a un campamento que se organizaba con los niños que podían pagar los doce mil quinientos francos congoleses (unos diez u once euros) que costaba la estancia de una semana en los terrenos de un seminario a unos quince o veinte kilómetros de Lubumbashi (casi una hora de camino).
Allí hemos compartido a tiempo completo una semana con 210 niños y otras 40 personas entre monitores, ayudantes, encargados de la comida,…
El día empezaba a las 5 para los monitores que tenían que calentar, encendiendo el fuego, en un bidón toda el agua necesaria para lavar a todos los niños. Había duchas aunque no agua corriente pero estos niños están acostumbrados a trasegar con cubos de agua para todo lo necesario. Las duchas por la mañana tenían un ambiente especial: a las siete se levantaban los niños y empezaba el aseo de la mañana: con un cubo y un vaso grande se iban lavando, en unas duchas abiertas sin puertas ni cristales en las ventanas, con el frío de la mañana, el vapor se desprendía de los cubos y de la piel de los niños: una piel brillante y suave, con un color precioso; cada niño llevaba su guante de toalla, su jabón y loción hidratante: me sorprendió el cuidado que dedican a su piel y entendí el aspecto tan saludable y tan brillante que lucen la mayoría de ellos, aunque el polvo rojo del Congo (y los juegos de niños) no permite mantener durante mucho tiempo ese brillo de recién lavados.
Todo el día había actividades, juegos, paseos, comida, y misa (no en vano es un campamento organizado por la parroquia)
La estancia en este lugar ha sido para mí otro regalo pues me ha permitido asistir como espectadora a las vidas, a las costumbres, a los juegos de estos niños. Pero sin duda el mayor regalo ha sido sentir su proximidad y su cariño, que entregan sin medida ni límites: sus abrazos, su curiosidad por mi piel y sobre todo por mi cabello: nunca me habían acariciado el pelo tanto como estos días. Unos más que otros, pero todos se han acercado y me han regalado sus sonrisas que son espectaculares. Brillantes, desinteresadas, sinceras y cálidas.
Aquí tengo que hacer mención especial a la pequeña Julia, que ha sido la que más ha buscado mi compañía: el primer día se acurrucó junto a mí y, en mi regazo, empezó a poner su mano junto a la mía y a palpar mi piel; me dijo que éramos diferentes y yo le dije que no, que las dos teníamos dos manos, cinco dedos, dos ojos, dos piernas, dos brazos, entonces le pregunté si ella con sus brazos podía abrazar, le pregunté si con sus labios podía besar y sonriendo me abrazó y me dijo que sí, y ella misma entonces me dijo: “es verdad, somos iguales”. No podéis ni imaginar la gratitud y la alegría que sentí por ser tan afortunada y que la vida me hubiera permitido viajar hasta aquí y tener todas estas vivencias tan lindas.
La semana pasó como todo este tiempo que llevo aquí: rápidamente, casi escapándose entre los dedos como el agua, pero he podido agarrar firmemente algunos momentos, sensaciones y sentimientos que siempre se quedarán en mí como un tesoro.
El domingo emprendimos el regreso: mientras los monitores recogían absolutamente todo (colchones, sillas, mesas, congelador, recipientes, cacerolas, estanterías,…) pude comprobar el mérito de esos campamentos con el padre Toussaint como principal artífice: llevar absolutamente todo lo necesario para proporcionarles a esos niños una semana de alegría, de juegos, de aprendizajes y de convivencia. Pero también hice un recorrido para comprobar el vacío que quedaba en todos los rincones que hasta ese momento habían sido ocupados por los niños, por sus voces, sus juegos, sus palabras y sus espectaculares sonrisas.
Sin embargo, dentro de mí, resonarán siempre, ocupando para el resto de mi vida un lugar que les corresponderá sólo a ellos.
Josefina Nieto / R.D. del Congo 2014