Un turismo comprometido

Se puede decir que viajar por placer, tal y como se plantea en la actualidad, es un acto insostenible e irresponsable. ¿Tenemos entonces que dejar de hacerlo? ¿Es el turismo el gran enemigo del planeta? La respuesta es compleja, llena de matices, pero también de posibilidades.  

El actual modelo de turismo masificado contamina, consume energía, modifica los ecosistemas y pasa de puntillas por las culturas de los países de acogida, pero también se ha convertido, en muchos casos, en la única actividad económica que permite subsistir a la población local, lo que no significa que la mayor parte de esos beneficios revierta en los lugareños. Esas consecuencias negativas son las que desequilibran la balanza en contra del turismo.  

Pero… ¿Qué pasaría si revertimos la balanza y transformamos esas consecuencias negativas en positivas? Porque existe otra forma de viajar, una más responsable y comprometida con las personas, las comunidades, el planeta y su bienestar, que trata de ser sostenible.  

Según la Organización Mundial del Turismo (OMT), los más de mil cuatrocientos millones de turistas que viajamos antes de la pandemia generamos seiscientos sesenta y cinco millones de toneladas de CO2, lo que se traduce en el 8% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero que genera el ser humano. Pero la propia OMT considera factible reducir esta huella, que no eliminarla, si los viajeros y el sector turístico en su conjunto tenemos en cuenta una serie de indicadores: 

  • El consumo de electricidad y energía en kilovatios hora (KWh) 
  • El consumo de agua dulce en litros o metros cúbicos 
  • La producción de residuos (kg por persona y noche) 
De enemigo a aliado

A pesar de esta dificultad, la OMT defiende que otro tipo de turismo es posible, aquel que “tiene plenamente en cuenta las repercusiones actuales y futuras, económicas, sociales y medioambientales para satisfacer las necesidades de los visitantes, de la industria, del entorno y de las comunidades anfitrionas”.

En definitiva, si somos capaces de ofrecer y elegir propuestas turísticas que se comprometan con:

  • La cultura local: respetar y tratar de conocer sus valores y tradiciones. Para ello es necesario involucrar a la población de la zona, muchas veces indígena, en ese turismo. Es la población local la que realmente puede transmitir su cultura, su historia, su forma de entender la vida, algo que permitiría tender puentes de entendimiento mutuo, tolerancia y respeto entre las personas autóctonas y los visitantes, basado en un modelo más igualitario. En lugar de modificar esas culturas al crear imágenes estereotipadas de los destinos, que hace que a menudo, las poblaciones locales modifiquen sus tradiciones para atraer al mayor número de visitantes, lo que supone una especie de colonialismo encubierto con pérdida de identidad de los pueblos.

  • La distribución de la riqueza: generar oportunidades de trabajos dignos, estables y sostenibles en el tiempo para las comunidades locales. Se trata de que los beneficios reviertan en su mayor parte en los negocios de la zona, y no en emisores e intermediarios. La promoción de los emprendimientos locales y la compra de productos locales a la población autóctona conduce a un modelo de producción y consumo más responsable que favorece y contribuye al desarrollo de los países de destino, al potenciar la economía de la zona, el consumo de productos de kilómetro cero y la mejora de las condiciones de vida de la población.
  • La conservación de los recursos naturales y el cuidado de la diversidad biológica. Se trata de dar a conocer los espacios a los que se viaja, de fomentar el turismo de proximidad, de buscar maneras más sostenibles de moverse (mejor una bicicleta que un coche), de trasladarse en grupos reducidos, de no dejar basura en playas, mares, océanos, parques naturales…, de buscar alojamientos respetuosos con el entorno, de utilizar bienes como el agua y la energía con moderación, de promover el uso de senderos, caminos y señales que tratan de conservar la riqueza de la fauna y la flora del lugar.

De esta manera, viajar no solo será un placer, sino también una forma de contribuir a acabar con la paradoja que viven cientos de destinos turísticos, que reciben millones de viajeros, pero cuya población sigue viviendo en situación de pobreza. Un ejemplo de ello lo tenemos en Cusco que, gracias a contar con una maravilla del mundo, el Machu Picchu, se ha convertido en una de las zonas más turísticas de Perú y del mundo, algo que no ha evitado que tres de cada diez personas sigan viviendo en situación de pobreza.

Una propuesta de turismo comprometido

Por eso, desde Taller de Solidaridad tratamos de impulsar un nuevo enfoque del turismo en la sierra andina peruana y desde 2014 apoyamos junto a CCAIJO, y gracias a la Xunta de Galicia, la Ruta Turística del Ausangate un proyecto que promueve un turismo comprometido, responsable y lo más sostenible posible.

Esta iniciativa contribuye al desarrollo local y permite a las comunidades, y especialmente a las mujeres de la zona, mejorar su economía y sacar adelante a sus familias, mostrando al viajero su cultura, sus tradiciones y el gran respeto que sienten por la naturaleza, con la montaña del Ausangate como el gran referente de la zona de Cusco y de la cultura quechua. Una ruta espectacular que pretende promover y potenciar los emprendimientos locales que venimos impulsando desde hace más de diez años, y ofrecer al turista la oportunidad de convertirse en un agente de cambio que contribuya a incrementar los ingresos de las familias que acompañamos y a mejorar su calidad de vida.

Estos dos últimos años, a través de esta iniciativa hemos conseguido mejorar la infraestructura y los equipamientos de cuarenta emprendimientos de alojamiento y restauración, y dar formación a más de cincuenta responsables de negocios de artesanía textil para mejorar sus procesos productivos. Además, se han puesto en marcha sesenta y cinco biohuertos, que en la mayor parte de los casos se utilizan para el autoconsumo, aunque ya hay algunas familias que empiezan a comercializar con sus excedentes. Los números son alentadores, a pesar de la situación que vive Perú y del proceso de recuperación de la economía tras la pandemia. Las familias emprendedoras que participan en el proyecto aseguran que la actividad turística ya constituye aproximadamente el veinte por ciento del presupuesto familiar.

Propuestas de turismo comprometido como el que nos ofrece la Ruta del Ausangate pueden llegar a convertirse en un potente aliado para cumplir los ODS de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, contribuyendo a reducir la pobreza y al hambre cero (ODS 1 y 2), gracias a la redistribución de los beneficios y al apoyo de la industria local con empleos dignos (ODS 8). Favoreciendo propuestas de producción y consumo más responsables (ODS 12). Y todo ello desde el compromiso que TDS tiene con la igualdad de género (ODS 5), promoviendo su acceso a medios de vida dignos y ofreciéndoles herramientas para alcanzar su autonomía y convertirse en referentes en sus comunidades.

Porque otra forma de turismo es posible, comprometámonos con el futuro del planeta y el desarrollo de las comunidades. Convirtamos cada viaje en un aprendizaje, en una forma de compartir y de progresar hacia una sociedad global más justa e igualitaria.