Han pasado ya unos días desde mi voluntariado por tierras bolivianas. He tenido tiempo para pensar y dejarme sentir sobre lo que he visto y vivido, y esto es lo que surge de mi reflexión.
¿Qué he visto?
He visto a un pueblo que se levanta cada mañana a trabajar: un amanecer lento acompañado de vendedores de pan, agua… Las esquinas tienen sus puestos de comida cocinada, papas, mandarinas, maní, piñas, pastas, te, puestos para costura de zapatos, talleres de coches… Cada persona inicia una nueva jornada con el pensamiento en pagar ese crédito pendiente en el banco y, después, si queda algo para comer variado, se sienten privilegiados.
Un pueblo con conciencia de su situación actual: de la falta de combustible para transporte pesado (teniendo mucho petróleo), con un intento fallido de golpe de estado el pasado 26 de junio, de la falta de dólares, la devaluación del peso boliviano, el encarecimiento de los productos básicos… El bloqueo del 31 de julio al que se unieron todos los colectivos. Una realidad ante la que ellos mismos dicen: “nosotros sí sabemos lo que pasa, no nos engañan”. Otra cosa es que los poderosos tienen ese poder “bien atado” y manejan los hilos a su antojo.
Un pueblo que lucha, que trabaja, baila, celebra, comparte, desfila… Consciente de su identidad.
He visto a un colectivo de mujeres SSJ y a un grupo de maestras y educadoras que acompaña con cariño y profesionalidad a las mujeres que están en los talleres de los proyectos de las siervas, con el apoyo de TDS. Mujeres que aprovechan cada nuevo recurso que se les ofrece, cada conocimiento que adquieren.
En el momento que llega a sus manos una computadora, semillas para sus huertos, una máquina de “costurar”, patrones, agujas, ingredientes de cocina… en ese momento se produce el cambio en ellas. Dicen: “soy feliz, puedo trabajar en mi casa, aportar a la economía familiar, sentirme contenta, organizar la producción y repartirla, comprar materiales… Eso me hace feliz”. Es el germen de aquello que les lleva a sentirse y valorarse como mujeres, y lo que desean para que sus hijas vivan de otra manera sus vidas.
Mujeres que cuidan de su familia, que aprecian mucho la educación de sus hijos y lo dan todo por ellos. Emprendedoras que hacen su trabajo desde casa, y siempre destacan: “no abandono a mi familia”. Entregan los pedidos mientras sus hijos están en el colegio. Allí las distancias son largas y las horas de transporte se hacen interminables.
He visto un gran contraste entre la realidad de Alto Litoral, Monte Olivos, Kami…. en la periferia, con la parte norte de la ciudad: repleta de jardines con riego por aspersión, con contenedores de separación de residuos, parques infantiles de lujo, (que no he visto en ninguna ciudad europea), coches de lujo, fuentes iluminadas…
Y así me surgió la pregunta: ¿qué hacemos aquí TDS, las siervas, maestras, fundaciones…? Pues ayudar a cumplir los sueños. Simplemente. Y merece la pena apostar, estrechar brazos y corazones para que avancen. Se sienten apoyadas por su familia, sus hijos y esposos, se sienten reconocidas, se sienten felices, aportan a la economía familiar, tienen aspiraciones de mejorar sus talleres, de comparar máquinas más complejas, de acceder a microcréditos.
¿Cómo comprender esta realidad?
Pisar tierra nueva me llevo a abrir los ojos con una mirada que poco a poco se completa. Porque es necesario el tiempo para entrar en su realidad, entender su dinámica… Esperar a que te inviten a sus casas, a que te reciban fuera, (propio de la cultura quechua), a que te ofrezcan un vaso de coca cola, y a conversar a su ritmo: frases cortas, entre frase y frase silencio sostenido por la mirada… Para ellos queda claro y conciso. Yo desearía la concreción conceptual. El valor de la palabra en su cultura. El valor del tiempo y del ritmo del tiempo son la llave para entrar en lo suyo, en su mundo. Esperar y acoger, sin comparar. Aceptar.
Caminar por sus laderas, (sin asfalto, solo piedras y arena), seco, repleto de carreteras de piedras… me llevó a admirar su gran habilidad desde chiquititos para subir y bajar con sus chancletas aquellos apriscos imposibles para mí, y a comprender por qué el polvo lo cubre todo.
Ver sus casas de solo dos habitaciones para seis personas, donde tienen su taller, su cocina, y todas sus posesiones me llevó a comprender el disfrute que sienten de los espacios asfaltados, de las plantas del centro, del agua del grifo, de una comida riquísima… Conocerlo me llevó a no sentir molestia por el polvo y a alegrarme con sus disfrutes de las cosas que les alegran.
Escuchar el silencio, acoger su mirada, esperar su momento y su tiempo para pasar de ser la “extranjera” a la persona “Ligia”, que come, escucha, juega, baila, sonríe… Que tomen la iniciativa y decidan en qué momento ellas te incorporan a su realidad, te invitan, preguntan, se interesan… De nuevo, el valor del tiempo y el ritmo.
Ser voluntaria internacional de TDS, pasar del querer hacer, al estar y ser. Es necesario aprender a estar, mirar, superar el “hacer” y poco a poco en aquellas situaciones que estás ir actuando como ellas (desfile, taller autoestima, limpiar, jugar a fútbol…) ahí está la oportunidad de estar en el grupo. Junto al superar el querer hacer, también superar el querer organizar, decidir como yo lo haría, porque hay una razón o varias que determinan que allí sea así… Acogerlo
¿Qué me llevo?
Entrar en su realidad, caminar por sus laderas, escuchar sus historias y peticiones, su tono de voz, reír, bailar, degustar sus comidas… Me ha llevado a mirar y agradecer sus manos trabajadoras y me ha dado la oportunidad de entrar en su historia de esperanza, (hay esperanza porque hay cambio, y un horizonte al que llegar, mejorar su vida, su familia…). Tanto la historia del colectivo como las historias personales hablan de su dignidad. Dignidad y esperanza.
Gracias Bolivia porque recibí un baño de esperanza.
Ligia Villoria, voluntaria internacional
Agosto 2024. Uspha Uspha, Cochabamba, Bolivia