Como comenté en otra de mis entradas en el blog, el pueblo está enclavado en plena Naturaleza. Las casas se mimetizan con el paisaje con sus paredes de adobe, paja y barro prensado. Unas construcciones que en época de lluvias (de finales de septiembre a finales de noviembre) se ven afectadas por los desprendimientos de las montañas y los grandes barrizales que se forman.
Ahora estamos entrando en la primavera, época de siembra de patatas y maíz, y de algunas verduras. Se trabaja casi todo a mano, y lo que sacan a duras penas les da para sobrevivir. Una de las cosas que más me ha llamado la atención es que las tierras aún siguen siendo comunales. Nadie tiene la propiedad de su terreno.
El clima es muy cambiante, pasamos de los 4 grados bajo cero por las mañanas a los 18 sobre cero en la parte central del día, para volver a bajar drásticamente a partir de las seis de la tarde, que ya anochece.
La tasa de alcoholemia es elevadísima en el seno familiar, tanto de hombres como de mujeres. Lo que hace que aún sea mayor el grado de violencia doméstica y que los niños tengan que vivir situaciones muy complicadas. A lo que se le une la alta tasa de desnutrición infantil, que en Perú se sitúa en torno al 40%. Y, como siempre, los gobernantes miran para otro lado.
Wasi Nazaret tiene estancias donde algunas madres con sus hijos logran huir del horror que viven en sus hogares, del maltrato, de las violaciones y de la trata de personas. Por desgracia, la explotación sexual y profesional entre la juventud está a la orden del día.
En los talleres hay una psicóloga y una abogada para ayudarles a salir adelante. Muchas veces estas mujeres son abandonadas con sus hijos y apenas tienen manera de subsistir.
Para los chicos hay talleres de cocina, a los que acuden después del colegio. Aquí pueden aprender un oficio y labrarse un futuro, pero al menos de que se consigan más recursos, las hermanas se verán obligadas a cerrarlos por falta de financiación.
Esta semana, la profesora de cocina no pudo asistir a clase y allí me encontré de repente con un mandil puesto y haciendo empanada gallega, rosquillas y bizcocho para dar la clase. Nunca me había visto en otra igual, pero creo que al final los chicos lo disfrutaron y debo reconocer que, a pesar de los nervios, yo también.
Es admirable que estos padres con tan pocos recursos se preocupen porque sus hijos estudien y puedan llegar a tener una vida mejor que la que ellos llevan. No es que el pueblo tenga muchas salidas y que ya se haya conseguido una igualdad entre niños y niñas, pero se van obteniendo pequeños logros.
Todavía está muy enraizado en su cultura que lo mejor debe ser para los varones. Si alguien tiene que estudiar, ese es el chico. Aunque faltaría a la verdad si no dijera que en algunas familias también se hace un gran esfuerzo para que las niñas continúen sus estudios. El avance es lento, pero granito a granito se conseguirá crear una montaña de igualdad.
Mª Carmen Souto
Checacupe-Perú
22-8-2018 a 22-9-2018